Carta al diamante
Propongo que me acompañéis a la luz del diamante para escapar del desamparo y de las exquisiteces de la miseria que nos está dejando el tiempo que vivimos. Deja la brisa del mar, la frescura de la montaña, los sueños de color de los robles y hayas, los viñedos y encinares y acompáñame al sur.
Después de Olite, la bella ciudad erguida en la nostalgia de los sueños perdidos, llegamos a Pitillas, un pueblo de belleza austera, a la salida podrás comprar pan de verdad, harina de verdad, al horno de leña de verdad, mantecadas de verdad y txantxigorri. A la izquierda, los patos y los pájaros de Europa y África te saludarán en la Laguna. Más abajo hay que cruzar Santacara, que no es ni santa ni cara; en su día fue un asentamiento romano de un tal Caro. Cruzarás el río y te asomarás a las puertas del desierto y llegarás a un pueblo viejo de aire inmemorial, con gente de mirada atónita, expresión de ángel viejo y piel triste. Los Ezpeleta, los Brun, Larcuen y los Pla..., un popurrí de vascos antiguos venidos de las montañas con los rebaños, nórdicos sin rumbo, catalanes aventureros, gitanos de siempre y musulmanes de antes y de ahora. Estás en Carcastillo (Zarragaztelu), un lugar donde a pesar de que casi nunca llueve, hay regadío para cultivar arroz, maíz y alfalfa; donde a la tierra más fértil la llaman La Bi-ona (bi ona: dos veces bueno) y al pinar más hermoso de la región y puerta de entrada Larrate. En la otra esquina rezan y trabajan cantando los frailes del Císter en una basílica que espanta de hermosa. No hace mucho un violinista entrañable, el asombroso argentino Nestor Eider, de los que tocan con el cuerpo y alma de todos que le rodean, ofreció un concierto y pocos días más tarde confesó: "Di un concierto en una nave románica del Monasterio de la Oliva y perdí la noción del tiempo, como si todo fluyese solo y yo observase desde fuera? vi pasar la eternidad". Más abajo está el desierto de las Bardenas, que brilla como la luz del diamante.