Carta a Pitágoras
Pitágoras fue un geniazo griego de los más grandes fundadores de la ciencia, maestro de matemáticas y geometría. Pensador abstracto por el puro placer de la deducción lógica. Divino, por encima de la utilidad práctica. Se lo creyó y fundó su propio emporio celestial: la Academia de Crotona, convertida en un seminario selecto entre fortaleza, cárcel y monasterio. En ella, sus estudiantes tenían prohibido el vino, la carne, los huevos, las habas, el amor y la risa. Odiaba las habas, alimento de gente humilde, y eso fue su perdición. Los pitagóricos en su orgullo de casta se adueñaron del Estado y decidieron fundar la república ideal. Con el tiempo, los habitantes de Crotona se dieron cuenta de que todas las magistraturas estaban llenas de pitagóricos: gente austera, muy seria, aburrida, competente, que estaba a punto de convertir a Crotona en su seminario. Rodearon el seminario de Pitágoras, sacaron a los inquilinos y los zurraron. En la huida, Pitágoras se encontró ante un campo de habas y, por no esconderse entre ellas, lo capturaron y se lo cargaron.
La cosa ha evolucionado a casta política de caviar y champán. En los tiempos que corren no hay un divino, no, son todos ellos: la casta política. Partidos cerrados. El resultado final de su deidad es que mientras ellos refocilan, el resto no puede reírse, no puede comprar carne, ni huevos, ni amor, ni sonrisa. Para el resto la vida de la mula: trabajar para comer, comer para trabajar. El fabuloso coronel Aureliano Buendía, que promovió treinta y dos levantamientos contra los conservadores y los perdió todos, tenía razón: "La diferencia actual entre liberales y conservadores es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores a misa de ocho".
¿Quién rodeará el seminario? "¿Dónde está la izquierda? Al fondo de la derecha.", 15-M.