Carta a los caracoles
El caracol es una obra de arte extraordinaria de la naturaleza viva. Caravana viva de nácar, cabaña de alabastro y leña, nido de porcelana, búnker de mariposas. Se desliza suave sobre su camino viscoso como una alfombra sobre el aire de las mil y una noches. Tecnología punta en su estructura, en su cordaje vital. Camina con una parsimonia rupestre digna de una chilaba de beduino que en su dulce caminar cubre el corazón, el hígado, el pulmón, el estómago, el ano, la vagina y el pene. Es completo.
A los ojos sucios de un animal de bellota ultra sería un marimacho y un floripondio a la vez. Así es el simple y humilde caracol. Pues bien, ninguna de estas virtudes le sirve de librarse de estar colgado de una red durante un mes para purgarse e ir a la cazuela hirviendo en agua con sal, más tomillo y romero hasta que se libera de sus lubricantes, de sus babas simuladas, que aunque sea una babosa lo disimula con elegancia: mucho mejor que algún presidente de gobierno baboso o presidenta con patas de gallo en los ojos y espolones en el talón de Aquiles. Al final, a la cazuela sobre un sofrito de ajo, pimiento, tomate y conejo o liebre, a poder ser montuno, aunque no viejuno: calderada, calderete. O tal que a la brasa directamente. A mucha gente le repugna. Sobre todo a gente joven. No han tenido ni que pensar en qué es el hambre, como lo hicieron nuestros antepasados. Pero los tiempos cambian, criaturas grandes, guapas de potito y yogurín de frutas.
La FAO anuncia programas para mentalizarse de que hay que cambiar los hábitos, las costumbres, la cultura de la alimentación. Los mosquitos, los saltamontes, las larvas y demás bichitos maravillosos nos esperan si la humanidad quiere sobrevivir.
No creo que sea para mañana temprano, porque antes, si quieren que la gente les crea, deberían fusilar a los que con nombres y apellidos forman los mercados que subastan el trigo, el maíz de hambre, etcétera, como en su día esos mismos mercados subastaban a los esclavos, a los negros y más reciente a la putas caras de caviar y champán.
Cosas democráticas de cada día. Ondo ibili.