En recuerdo de Roberto Rocafort
(...) Te conocí ya en tu etapa final, en los últimos años de tu vida. Eso lo sé ahora, porque cuando íbamos, con otros compañeros tuyos a institutos de enseñanza media a dar a conocer a los jóvenes la terrible historia oficialmente silenciada de los terribles acontecimientos del 36, derrochabas la disponibilidad propia de un joven. Sabía que tu corazón estaba gastado, seguro que la cruel muerte de tu padre, cuando solo tenías dos años, a manos asesinas obró en él una terrible y continua labor de zapa que te acabó pasando factura.
A pesar del horror insoportable que te producía enfrentarte con la afrentosa muerte de tu padre y la angustiosa e incansable búsqueda de sus restos en el entorno del Fuerte de San Cristóbal, no dudaste en enrolarte en la Asociación de Familiares de Fusilados y Represaliados en Navarra en 1936, para aportar con ilusión lo que estuviera en tus manos.
No conseguiste dar con lo que quedaba, con lo que queda en algún lugar, que quien lo conocía, o quizás conoce, no lo ha querido hacer saber. Pero estoy seguro de que el permanente abrazo de amor con que rodeaste a tu padre y su memoria le hubiera llenado de orgullo y satisfacción. A quien aprendiste a querer conforme te hiciste mayor, a medida que ibas comprobando que lo que se decía de los asesinados no era la verdad. La verdad, la justicia y la reparación es lo que has buscado y demandado a quien ha querido oírte, luchando con la culpa juvenil de haber prestado oído a tiempos de mentiras, a tiempos de vencedores insaciables.
No he podido asistir a tu despedida pública como me hubiera gustado, pero si te sirve, siempre te recordaré. Cómo no recordar momentos como aquel en que un joven estudiante de bachillerato después de la charla de presentación del Parque de la Memoria de Sartaguda se nos acercó para hablar contigo. Os apartasteis unos momentos, y cuando volviste, casi con los ojos arrasados de lágrimas, nos contaste qué habíais hablado tú y el muchacho. No recuerdo las palabras textuales, pero sí el sentido exacto de lo que te quiso decir. Había escuchado de tu boca lo que sabías sobre el triste final de tu padre y sobre quién fue el responsable que lo perpetró. Te confesó, en ese aparte entre los dos, que él era nieto de aquella persona y que te venía a pedirte perdón por ello. Comentaste que esa confesión te emocionó tanto que solo por ella dabas por satisfechos todos tus desvelos por recuperar el cadáver de tu padre asesinado y su memoria.