Es sorprendente ver cómo los antiguos adalides de la libertad de expresión, buena parte de la izquierda y del mundo progresista, han apoyado en las últimas décadas una inmigración indiscriminada, sin sentido común, hacia Europa y, por defender el multiculturalismo, se han visto defendiendo el relativismo cultural y por tanto a los musulmanes del estilo que fuese, pero comienzan a asustarse ahora. En los últimos debates, antes de la matanza de los caricaturistas, quienes estaban hartos de burlarse del cristianismo y de cualquier concepto sagrado parecieron volverse a un sentimiento respetuoso hacia aquellas creencias foráneas, que debían protegerse también por ley. Poco a poco, sin darse cuenta, han ido favoreciendo el avance de cualquier fe que no sea la del Crucificado si no son sus herejías y heterodoxias.

Ahora empiezan a darse cuenta algunos del error de haber apoyado a quienes pueden ser muy similares a los nazis, unos fanáticos que cortan sin mirar ni temblar lo que no perciben como suyo. Y suyo lo consideran todo, como un regalo de Alá del que pretenden apropiarse, aunque sea por la fuerza. Así sucede con Andalucía, esa Al-Andalus que pretenden reconquistar y por la que han comenzado a luchar, en concreto por la catedral que antaño fuera mezquita, la de Córdoba, un monumento único de la humanidad, que preservó su arquitectura gracias a bautizarse, lo mismo que también hay iglesias bizantinas o góticas en Oriente que hoy son mezquitas, pues los siglos a menudo reciclan el pasado proyectando curiosas figuras en el presente.

En esta reconquista islámica, la izquierda bobalicona primero calificó a esa catedral de sin papeles, pues no estaba inscrita. Los mismos que defienden a los sin papeles, a los inmigrantes, sean refugiados, trabajadores honrados o terroristas, acusaban a un templo multisecular de no identificar su propiedad. Con papeles o sin ellos las personas son personas y las catedrales son catedrales, aunque también en el pasado hayan sido mezquitas. Ahora se quejan de que no se la llame mezquita y, de hecho, arquitectónicamente, ese templo omeya de más de mil años de antigüedad es una joya admirable que se salvó gracias a tener en su centro, como refugiado, levantado el edificio del cabildo.

A algunos nos parecería ideal que pudiera compartirse el templo, que de hecho es enorme, pero es fácil entender, dado el grado de fanatismo existente, que el obispo, después de haberse permitido hace años, tema que se apropien de ello y surjan nuevos conflictos pues tal vez quisieran orar en alta voz cuando otros comienzan la misa... El Dios es el mismo, pero las orillas desde las que se le acoge difieren y a veces mucho.