Han sido muchas las atrocidades de la Iglesia católica a lo largo de su historia, ya desde antes de las Santas Cruzadas, luego la Santa Inquisición y otras terribles santeces que no han podido ocultar, aberraciones por las que les ha tocado pedir perdón a sus fieles. Pero quizá lo más ignominioso para esta iglesia, y lo más sangrante para sus fieles sea el conocimiento de los cuantiosos abusos de pederastia hechos por sus clérigos y que han salido a la luz, en nuestra historia reciente. En 1993 la prensa estadounidense hace una denuncia en la que acusa a 4.000 sacerdotes católicos de abusos sexuales a menores durante décadas y en las que podría haber hasta 100.000 víctimas. Posteriormente, solo la diócesis del estado de Nueva York tuvo que pagar más de 100 millones de dólares de indemnización a los damnificados por los abusos para no ir a los tribunales. Sucesos que se produjeron en todo el mundo, los más sonados en Irlanda y el Reino Unido, Alemania, Australia, Méjico, España y un largo etcétera.

Hace unos días leía en este periódico, que el cardenal Patrick O´Malley iba a ser el encargado de una pontificia comisión para la tutela de menores que desarrollará en El Vaticano unos programas de formación que se impartirán a los miembros de la curia para evitar los abusos a los mencionados menores, para, según sus propias palabras, “hacer de la iglesia un lugar mas seguro para los niños”. ¿Hasta dónde puede llegar la desfachatez? Eso es el reconocimiento de la connivencia de la iglesia con las fechorías de unos pervertidos que en el 81% de los casos son de índole homosexual, sobre la que luego tienen la desvergüenza de pontificar quienes se supone que son depositarios de la moralidad. Si introducimos en Internet el término pederastia, sea cual sea el buscador, el 100 % de las primeras páginas se refiere a los abusos a los niños en la Iglesia católica. Esto da una idea de la vergüenza y la repugnancia que este tema produce en la sociedad, sea o no creyente. La iglesia sigue pidiendo perdón, otro despropósito más. No se puede perdonar lo imperdonable.