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30 años en la memoria

Un 23 de diciembre de hace 30 años, una pareja de asesinos de ETA mató cobarde e injustificadamente a mi abuelo, el general de la Guardia Civil Juan Atarés. La imagen de mi abuela arrodillada ante su cuerpo entera y serena, inmortalizada por José Luis Larrión a apenas 70 pasos de su casa, la guardo imborrable en mi retina como si estuviese tras la cámara. El “les perdono” que declaró ella con el cuerpo aún caliente de mi abuelo y que me repitió 20 años después en persona no deja de hacerme pensar. Y aunque mi deseo moral sería el mismo, discrepé y discrepo: para perdonar hace falta un arrepentimiento y una disculpa que, a día de hoy, no ha existido. Ojalá algún día. No pierdo esa esperanza, pese a todo.

Lo único que hizo mi abuelo para merecer tal final supuestamente fue defender unos valores y un país, España, por el que luchó siempre de forma incondicional. Valores que le llevaron a cuidar y proteger a los presos etarras huidos de la cárcel de Segovia antes de devolverlos a prisión. De poco le sirvió hace ahora tres décadas esa humanidad que defendió por encima de todo, como así me reconoció uno de “sus guardias”, como él mismo les llamaba cariñosamente. Transcurrido este tiempo, me queda la duda de saber si su muerte fue en balde.

La Guardia Civil, a la que dedicó su vida para servir a España, ha querido que no caiga en el olvido este triste aniversario. Al igual que el imprescindible Relatos de Plomo coordinado por Javier Marrodán, han querido que no se pase página como si tal cosa. Que el manido “memoria, dignidad y justicia” no sea un tópico sin sentido. Desde aquí quiero agradecer públicamente a la Benemérita este homenaje y la labor que desempeña por nuestra seguridad.

Al igual que a todos los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Como hizo mi abuela hace 30 años, en la víspera de una Nochebuena en la que le arrebataron a su marido, solo quiero desear una feliz Navidad -la de verdad- a todos los navarros y españoles de buena voluntad.