Tratando de encontrar un lugar en el mundo nos preguntamos quiénes somos o de qué manera somos amados. Decidir no hacerlo ya es una forma de hacerlo. Las respuestas posibles a estas preguntas son condicionadas por el contexto discursivo sociocultural al que pertenecemos.
En una sociedad consumida por la imagen uno no es ni existe per se. Ni si quiera es o existe en la mirada del otro como algo estable. Uno es y existe lo que dura su imagen en el espejo. En este caso, el espejo social. Por eso es necesario mirarlo cada día. Para saber quiénes somos. Para saber cuánto somos amados. Como la madrastra de Blancanieves, cada día delante del espejo, necesitamos asegurarnos cada día de que los demás nos miran. Y de que nos miran bien. Esforzándonos para mantener viva esa imagen.
En una suerte de prisión capitalista, somos lo que valemos para el otro. Nuestro valor fluctúa. Nuestra estima es como un valor en bolsa. Puede subir y bajar según lo deseados que seamos. Y el que no juega a esto tiene dos opciones. La depresión, o aprender a amarse sin condición. El resto viven sumidos en la angustia posmoderna de no saber quiénes son, ni para sí mismos ni para los demás. Tratando de meter las manzanas en un saco sin fondo. Anhelando un control que no tienen. La imagen no está estable y debemos estabilizarla para reconocernos en ella, para saber quiénes somos. En este descontrol, el deporte aparece como una figura de aparente estabilidad. Así, las medidas objetivas como el tiempo, el peso, las pulsaciones o los niveles de ácido láctico nos acercan a la ilusión narcisista de mirarnos en un espejo que sabemos qué imagen nos va a dar. Se trata de un narcisismo meritocrático. Me quiero en función de cómo me ven los demás. Y este amor lo controlo gracias a mis méritos, en este caso deportivos (aunque pueden ser de cualquier tipo siempre que haya un reconocimiento social). Una obsesión, efectivamente. Hay algo de locura en todo esto. Pero la locura rebosa de sentido. Buscamos saber quiénes somos y buscamos que el amor que se nos profese (auto y hetero-estima) sea algo estable, seguro. Lo anhelamos con todas nuestras fuerzas. Y durante este trayecto podemos sentir quiénes somos en relación a los demás y a nosotros mismos. Nuestra estima está en juego. Los demás nos están mirando. Pongámonos serios.