Los pueblos indígenas padecen las consecuencias de la injusticia histórica. Siguen siendo los más numerosos entre los pobres, los analfabetos y los desempleados. Experimentan desproporcionadamente altos niveles de mortalidad materna e infantil, desnutrición, etcétera. El bienestar de éstos es un problema no sólo en los países en desarrollo. Las grandes represas, las actividades mineras y madereras han causado en muchos países el desplazamiento forzado de miles de familias, que no han recibido una indemnización adecuada.

Pese a que, desde 2002, las comunidades indígenas han visto que se reconocen cada vez más sus derechos ambientales a nivel internacional, llevar a la práctica ese reconocimiento político en la forma de adelantos concretos a nivel nacional y local sigue siendo un reto enorme. Con suma frecuencia, los sistemas de enseñanza no respetan la diversidad cultural. Incluso en los países donde el nivel general de escolarización ha aumentado, la diferencia de calidad en la escolarización persiste, lo que da por resultado pobres resultados en la educación. Pese a todos los adelantos positivos logrados en el establecimiento de normas de derechos humanos a nivel internacional, los pueblos indígenas siguen enfrentando graves violaciones cotidianas de esos derechos. La discriminación sistémica, el racismo directo del Estado y de sus autoridades es un problema acuciante. El aborigen con frecuencia es llevado bajo arresto debido a que se han tipificado como delito las actividades de protesta social.

El recurso a los tribunales, el diálogo nacional y el aumento de las oportunidades de dirección, todavía no han logrado dar cabida plenamente a los derechos de estas personas. Nunca han dejado de sufrir la pérdida de tierras, territorios y recursos naturales. El resultado ha sido que las culturas indígenas están a punto de desaparecer en muchas partes del mundo.