Quizás no esté bien elegido el título porque cualquier lector profano en materia de pesca fluvial podría interpretar erróneamente que se trata de una extinción natural, como algo que sucede poco a poco con el paso del tiempo y sin estar relacionado con causas externas, sino como una evolución de las cosas o un desinterés de quienes la practican, aunque éste no es el caso. Quizás debí elegir aniquilación, porque en realidad de eso es de lo que se trata. Pero nosotros, los que aún practicamos (o pretendemos) la pesca con chipa, no queremos desaparecer, no hemos dejado echar a perder nuestra afición, nos resistimos a que se extinga, queremos conservarla, queremos que se trasmita y que perviva.
Pero he aquí que el Departamento de Medio Ambiente (o quien lo maneja) del Gobierno de Navarra no está por la labor, todo lo contrario, quiere provocar nuestra desaparición, nuestra extinción, nuestra total aniquilación. Y no tiene la culpa la consejera de turno, da igual sea quién sea; ella, en la práctica, no tiene ningún poder, el verdadero poder lo tiene ese funcionario anónimo que nunca da la cara y hace y deshace a su antojo lo que le viene en gana, como quien dirige un coto privado, ese funcionario es el que realmente decreta nuestra muerte como pescadores. La consejera firma dando siempre por bueno lo que el funcionario plantea. La persecución que padecemos es responsabilidad de él (o ellos), y en este caso, sin ni siquiera escudarse en un supuesto informe técnico encargado a medida.
¿Acaso nosotros no formamos parte de la Naturaleza? ¿No somos una especie a proteger y conservar como cualquier otra? El Departamento que vela por la conservación de las especies dice: ¡No! Pueden pescar las garzas, los cormoranes, las nutrias, los visones y hasta las culebras de agua... pero nosotros, no. La pesca con chipa forma parte de nuestro patrimonio, y en lugar de proteger y conservar esta costumbre tan propia de nuestra tierra ordenan nuestra desaparición. No les bastaba con tenernos confinados, como en un gueto, en un corto tramo del río Ega aguas abajo de Estella-Lizarra, no les bastaba con tenernos igual que a desterrados. No les bastaba y ordenan nuestra extinción por decreto ley, bueno, en este caso, por Orden foral.
¿A quién sirven? ¿En qué se basan? ¿Cómo se explica tal persecución? Se inventarán mil excusas para justificarse, a cada cual más falsa. Difícilmente encontrarán un motivo mínimamente razonable que justifique esa decisión tan arbitraria e injusta.