Cualquier persona que lleve trabajando de manera continuada en un mismo puesto durante 15 o más años sin que ningún cargo superior le haya dicho que no valía o que hacía mal su trabajo, sino todo lo contrario, le han mantenido año tras año en su puesto, a esa persona le han generado estabilidad, y por lo tanto se ha forjado un futuro. Cualquier persona que esté en esa situación ha llegado a un nivel de especialización en su puesto que hace que fluya el trabajo. Esa persona ya no sabe hacer otra cosa, lo más seguro es que las exigencias actuales del mercado laboral le hayan exigido entrar en un proceso formativo de reciclaje continuo. Es muy probable, además, que esa persona haya vivido cambios estructurales en su empresa, ceses de encargados, de responsables intermedios, recortes en el salario, huelgas, ERE y luchas por mejorar las condiciones laborales del entorno de trabajo y de la dignidad del trabajador/a.

Esa persona descrita es la sabiduría de la empresa, la que todo lo sabe, la que introduce al recién llegado/a, la resolutiva, a la que se le preguntan las dudas. Cualquier empresario/a sabe que esa persona es el alma de la empresa, la que hay que cuidar y en la que hay que apoyarse para cualquier cambio, para cualquier nuevo proceso. Ninguna empresa deja ir a un/a trabajador/a así, salvo situaciones extremas, esa persona es el valor añadido que puede diferenciar de la competencia.

Todo el mundo sabe que si la empresa prescinde de esa persona, a esa persona la hunden de tal manera que salir de ese pozo es un proceso harto doloroso. Si además la persona en cuestión tiene más de 55 años, directamente la empujamos a la exclusión. Hasta el Tribunal Constitucional en una nueva sentencia ha dictaminado que las rentas de la unidad familiar no deben ser un requisito para obtener el subsidio de mayores de 55 años. Y según un informe de la empresa de gestión de recursos humanos Adecco, publicado el 29 de abril de 2018 en el DIARIO DE NOTICIAS, “Solo el 3,3% de las ofertas de empleo son para mayores de 45 años”, no digamos entonces para edades superiores...

Por mucho cursillo que se haga, por muchas charlas y orientaciones que se les den, el mercado laboral no los absorbe, directamente pululan de curso en curso para nada, se vuelven clientes de los servicios sociales para acabar la mayoría con tratamientos antidepresivos y con suerte cobrando una renta garantizada que les sustente lo básico.

¿Y en la Administración, qué hace la Administración pública con ciertos trabajadores/as mayores de 55 años que llevan contratados (no funcionarios) 15 años o más? Ahora se plantea sacar las plazas que están ocupando estas personas en una Oferta Pública de Empleo (OPE) a simple oposición, es decir, no cuenta para nada su experiencia previa. ¿Puede una persona mayor de 55 años, con cargas familiares, dedicar su poco tiempo a estudiar una oposición y competir con jóvenes recién acabados sus estudios y con todo el tiempo del mundo? Por poder puede, pero lo más probable es que si no todos/as, la gran mayoría o abandone el proceso o simplemente ni siquiera tenga los ánimos y las fuerzas para presentarse.

La Administración parece que soluciona una parte del problema, la precariedad de las plazas, pero genera otro que parece que no va con ella aunque luego acabe atendiéndolas en sus servicios sociales y les tengan que cubrir con rentas garantizadas. ¿Tan difícil es llegar a un acuerdo con sindicatos de la función pública y equipos de gobierno para que esas plazas no se saquen a OPE, o que si sacan y las personas con esas características (mayores de 55 años con más de 15 años consecutivos ocupando la plaza) no la aprueban, tener el compromiso de mantenerlo en su puesto hasta su jubilación? Así ni se nos iría el talento forjado en años de experiencia (una gran inversión realizada) ni los abandonamos a su suerte.