Hace unos días se celebraba el Día Mundial de la Sonrisa, que cuesta poco pero vale mucho. Se dice que quien la da es feliz, y quien la recibe la agradece. Cuántas veces sonreímos, aún cuando nuestro estado de ánimo no esté para ello. La sonrisa dura solo un instante, y su recuerdo a veces perdura toda una vida, según de quien venga y en qué momento se perciba. Dicen que no hay nadie tan rico que no la necesite, ni nadie tan pobre que no la pueda dar, si bien a éstos les cuesta más sonreír.

Andamos siempre de prisa, y en ocasiones se nos olvida sonreír, por ello, cuando nos ocurra esto, debemos pedir a la otra persona: discúlpame, ¿tendrías la bondad de darme una de las tuyas? Una sonrisa no se puede comprar ni pedir prestada, sirve sólo como regalo. Y hoy en día, con las penurias que se viven, nadie necesita tanto una sonrisa como a quien se le olvidó sonreír.

Sonríe aun cuando te falte un puente, que en ocasiones te indican tus jefes, porque te ayudará a vender. Y es que, ante el elevado precio que supone una reparación bucal, escondemos la sonrisa por proteger nuestra estética. Sin embargo sonríe, porque produce felicidad en el hogar y prosperidad en los negocios.

Suele decirse que al pesimista le cuesta sonreír, y habríamos de recomendarle que la sonrisa es la mejor cédula de identidad para caminar por la vida. Que es un descanso para el cansado, una luz para el desilusionado, sol para el triste y un antídoto para los problemas. En tiempos no tan duros como el actual, a alguien se le ocurrió lanzar un slogan que tuvo su efecto, y decía: ¡Sonría por favor! Tratemos de recuperarlo.