La constatación de la bajísima calidad de la clase política española se ha demostrado una vez más y de forma contundente en las elecciones andaluzas. La corrupción, el extremo fascismo, la chulería y el desprecio hasta la burla por los que no piensan como ellos, ¿qué es esa chocarrería de meter entre las riquezas culturales de una nación la caza, los toros y el flamenco? Unidas a la pobreza democrática de una autonomía que bate récords de abstención, han llevado al poder a una extraña coalición entre políticos que no se pueden ver entre sí y que va encaminada al desastre. De los programas que han ofrecido los partidos ultra, lo que más llama la atención es ese interés por igualar al Estado. Todos somos iguales, del rey al último mendigo y despreciando la enorme importancia de llevar una buena gestión, todas las autonomías deben ser iguales. Todas tienen que tener el mismo bienestar o ¿malestar? ¿A dónde nos quieren llevar con esa igualdad? ¿A igualarnos todas como la mejor o a igualarnos todas como la peor? ¿A disfrutar todas del mismo bienestar de las que viven mejor o a padecer todas el mismo malestar de las que viven peor? ¿A tener una buena sanidad, educación y otros servicios como las que están mejor o a tener una mala sanidad, educación y otros servicios como las que están peor? ¿A que todos vivamos como el rey o a que todos vivamos como el mendigo? ¿A disfrutar de unos buenos ferrocarriles como Madrid o a sufrir unos indecentes ferrocarriles como Extremadura? Franco y José María El Tempranillo cogidos de la mano cabalgan en Andalucía, mientras en Extremadura resuena un grito: “Viriato, vuelve”.