La felicidad, ¿existe o es una leyenda en la que debemos creer? Ya desde el claustro materno, “antes” y después de nacer, así como durante el resto de nuestra existencia, oímos incesantemente la palabra felicidad. Su sentido queda grabado en lo más profundo de nuestro ser, convirtiendo “inútilmente” unas energías en una necesidad hacia la búsqueda de la felicidad, cuyas pautas a seguir mencionaremos a continuación, de lo contrario, estaríamos ante un fracaso.

La llamada “felicidad” no se adquiere, sino que es el resultado del esfuerzo continuado de una búsqueda hacia nuestro interior, siendo éste el hecho diferencial. Debemos conocernos sin temor a lo que podamos encontrar y a profundizar sin autoengañarnos, para reconocer nuestros errores y posterior rectificación. Aprendamos a decir “lo siento”, vivir con humanidad y humildad, reconocer nuestros límites, esforzarnos en comprender antes que criticar, tolerar para no imponer, aceptar para evitar enfrentamientos con uno mismo -no aceptar comporta un sufrimiento personal e innecesario-.

Implicarnos en nuestro conocimiento y crecimiento personal equivale a dar el primer paso en el proceso evolutivo. Debemos crecer para madurar, superar nuestros miedos, carencias, límites... Esta madurez alcanzada nos proporcionará paz interior y un equilibrio emocional del que anteriormente carecíamos (con consiguiente sufrimiento). Maduremos como seres humanos si deseamos una vida más plena con nosotros mismos y con nuestros semejantes. El estar bien con uno mismo es la consecuencia de conseguir estos procesos anteriores. A partir de esta madurez, la palabra felicidad, tal y como es entendida por la sociedad, deja de tener sentido y de ser el objetivo primordial de nuestra existencia.