Tristes los regímenes de cualquier signo que para perpetuarse se ven en la necesidad de inaugurar salvajes paredones. Todos los paredones se ubican en los rincones más tristes y sombríos de la historia. ¿Habrá dos letras más sórdidas, más terribles, más ignorantes que “¡Al paredón!”?? salga de garganta de izquierda o de derecha, las pronuncie quien quiera que sea.

Los paredones no tienen color, no saben de ideologías. ¿Podemos a estas alturas concebir diferencia alguna entre los tristes paredones de Franco o los que quisiera instaurar el chavismo? La asamblea chavista retiraba el pasado martes la inmunidad parlamentaria a Juan Guaidó entre gritos de “¡Paredón, paredón!”. Hay que desterrar de esta tierra todos los paredones de todos los colores, de todas las ideologías.

Hay que borrar toda la sangre vertida por razones políticas, sobre todo aquella que se vierte sencillamente por sentir y pensar diferente. Paracuellos sólo tiñó el noble nombre de una gran señora por nombre República. Hemos de inaugurar para siempre una geografía sin paredones salpicados de sangre humana, por lo demás siempre hermana.