Me pidió mi sobrino de ocho años que le llevara a la feria del libro de Pamplona en la Plaza del Castillo. Lo hice una calurosa mañana de sábado. En una caseta, la gente se apelotonaba en largas colas hasta tal punto que creía que estaría firmando el mismísimo Cervantes resucitado. Pero no, firmaban varios concursantes de un célebre concurso de cocina. Mi sobrino no me ha dicho nada, pero no habría sabido qué decirle si me hubiese preguntado qué han hecho de importante esos escritores como para vender tantos libros y que se espere tanto tiempo buscando una dedicatoria suya. Es el mundo que estamos haciendo, nosotros solos, sin otras mala influencias.