Sentarse a la orilla del sendero es un ejercicio sublime. Sabes que te llevará a un camino ancho. Los árboles te rodean desde arriba con sus brazos verdes y los pájaros te cantan con toda su fuerza que ya han nacido.

Reconoces el instinto de la felicidad y te das cuenta de que hace falta muy poco para ser algo feliz; y deseas gozar de ese martirio. Mientras tanto, las grandes ciudades crecen hacia arriba, hacia el cielo, porque ya no les queda tierra para el cemento, el cristal y el aluminio. Solo les queda sitio para el humo; y cada vez menos. Con los rascacielos, quieren conquistar el cielo como signo de poder fálico. Ahora que en la política vuelven los más rancios al poder, con inestimable ayuda de los que se llaman socialistas, de izquierdas, no nos queda más que el sendero para engañar al escalofrío.