Ya hace años que se conquistaron libertades. Nada que ver el actual sistema político de nuestro país con el anterior. Fue un gran logro, sin duda alguna. Pero allí estamos, completamente atascados. Nada evoluciona.

Pareciera que hubiéramos llegado a la meta y ya estuviéramos en el mismísimo paraíso político.

Cual la conquista de la luna: llegó uno el primero y todo se acabó.

Pues no. No es así. Nuestra democracia tiene que mejorar. No es admisible que sólo consista en votar cada incierto tiempo, y después permitir que los supuestos elegidos por el pueblo hagan lo que les dé la gana.

No es tolerable que éstos mismos interpreten los resultados electorales a su antojo y conveniencia (además, tomándonos por tontos a los ciudadanitos de a pie, a juzgar por sus argumentos); y, para más inri, actuando en consecuencia.

No es digerible que los acuerdos de los demás sean “los acuerdos de la vergüenza”, y los propios “los mandatos de la ciudadanía”.

No es aceptable que las listas electorales de los partidos las hagan entre camarillas y amiguetes, o por confesables o inconfesables intereses. Y después alardeen de que les ha elegido el pueblo. De eso nada, monada.

A ti te ha elegido tu partido.

Los ciudadanos estamos obligados a elegir entre los ya elegidos.

Es insoportable que ya en sus cargos los usen (no todos, claro) para beneficio propio o de sus amigos. Es ridículo que todos los diputados o congresistas de cada partido opinen igual ante cualquier dilema. Si es así, que vaya uno de cada partido con los votos que le correspondan, y los demás a la calle, a trabajar. Que nos sobran muchos.

¿Y los medios de comunicación? ¿Están al servicio de los ciudadanos o de los partidos políticos? Que nos lo digan, por favor.

Nuestra democracia es muy imperfecta y necesariamente mejorable. Si nada cambia habría que plantearse una reforma de las de todo patas arriba y comenzar de cero, o tirarla por la borda.

Viéneme a la memoria aquella famosa exclamación de un pupilo al que el licenciado Cabra, en El Buscón de Quevedo, mató de pura hambre. El mozo, al recibir la confesión, tras un día que ni hablaba de pura debilidad, dijo: “Señor mío Jesucristo, necesario ha sido el veros entrar en esta casa para persuadirme de que no es el infierno”.