hay que ser ignorante. ¿Puede alguien creer que realmente nos hemos visto desde allí? Con los pies sobre ese satélite que sabe más de muerte que de vida, con el silencio por toda compañía, sin ni siquiera un poquito de viento para no sentirse solo, y un infinito que huele a clausura, donde la libertad no existe, porque no hay adonde ir”... ni donde alunizar, ni espacio que alumbrar.

Se cumplen cinco décadas de la noticia de la llegada de seres humanos a la Luna, y hoy ya hablan de repetir la gesta de cara a que el estéril satélite del fértil planeta Tierra, sirva de plataforma intermedia para los futuros viajes de seres humanos a “muestrear” la esterilidad del planeta Marte.

¿Espejismo científico-cinematográfico con trasfondo político-mediático e interés? A costa de crear alucinaciones y gastar ingentes recursos energéticos, económicos y materiales extraídos de nuestro generoso planeta, para un fin que nada tiene que ver con su bien ni con el de sus criaturas. ¿Entonces?

Tanta “grandeza” humana y conmemorativa me ha producido la misma tristeza que en un medio de prensa que asumiría mis palabras, leer: “Proeza humana que dejó huella para la eternidad en el polvo lunar. Siempre ha estado ahí, inmutable, mirándonos fíjamente, y siempre la hemos visto casi como si estuviéramos viendo un Dios, cautivados por la gloria que refleja”.

En el otro polo la escritora catalana Enma Riverola que tomado de su artículo encabezo mi escrito, y con luz propia y valentía lo despide: “Por eso nunca hemos ido a la Luna. Imposible ser tan sobresalientes para llegar hasta allí y tan miserables para desgarrar nuestra preciosa, única, solitaria y fatigada Tierra. Es todo un engaño, una imposible quimera. La gran fake news de la humanidad. El perfecto recurso para que, en cada aniversario, nos creamos que somos grandes”.

Grande sí, el dolor del núcleo alma madre, ante el daño causado a su cuerpo-naturaleza como reinos en sus mundos de sal y barro. Dolor al cerebro planetario en su memoria de atmósfera y luz, por los padecimientos infringidos por y entre criaturas humanas que anteponen el “amor” al respeto a lo creado.

Como en su carta al presidente Roosevelt, el físico nuclear y biólogo Leo Szilard (1898-1964) también fue capaz de expresar a contracorriente y en minoría, hoy otros igualmente: “Es inmoral competir para llegar a la Luna y permitir que nuestros ancianos vivan con casi nada. La Luna no es ciencia y tampoco es pan. Es circo. Los astronautas son gladiadores. Es de lunáticos”.

¿No puede ser también “lunático” atribuir a la yatrogenia humana, causante del calentamiento global? ¿Acaso ese calor creciente en el planeta proviene del Sol, o más bien del núcleo solar o alma interna de una Tierra aún fértil y en avanzado estado de gestación hasta cumplir su nuevo ciclo de evolución estelar, ya no en el tiempo... sí en el espacio?