Hemos visto en los últimos años, cómo la corrupción, la mentira, la impunidad y el desparpajo de nuestros políticos han ido en aumento, alejándose de los intereses de los ciudadanos para actuar únicamente en función de los de sus respectivos grupos. Pero el despropósito de estos líderes de pacotilla mejora día a día y ahora vemos cómo las veleidades, los celos y los caprichos personales de estos descerebrados se ponen ya por encima, también, de los intereses de sus propios partidos. Los insultos que merecen toda esta gentuza se me han ido agotando y creo que va siendo hora de insultar a las gentes de este país. Tantos años de dictadura y otros tantos con la farsa de la transición, parece que han hecho del nuestro, un pueblo de ciudadanos sometidos, sin conciencia ni dignidad social, dispuestos a aceptar que se les rían en la cara una pléyade de caraduras. Incapaces de rebelarnos, hemos aceptado a un monarca, que se ha manifestado en repetidas ocasiones admirador de Francisco Franco, el dictador que dio el golpe de estado que destrozó este país, que asesinó a medio millón de españoles y que lo puso en su día al frente de la nación. Hoy reina su hijo, que por herencia, también es usurpador de la Jefatura del Estado y que también aceptamos. Con una deuda pública descomunal, mantenemos sin rechistar 450.000 cargos políticos en nómina, más del doble del país que nos sigue en Europa. No nos importa tener 10.000 aforados, cuando, en la UE, Francia tiene 21, Portugal e Italia uno y en el resto de los países, no existe ese privilegio político. No movemos un dedo, ante una Ley Mordaza que dice que no se puede protestar. Somos sumisos, ante unas leyes laborales que han hecho retroceder veinte años los derechos de los trabajadores y que hacen que nuestros hijos no puedan emanciparse ni crear una familia. A pesar de ser un país no confesional consentimos que la Iglesia Católica expolie nuestras propiedades y no pague el IVA ni el IBI de sus bienes, entre otras lindezas. Y a esto le llamamos democracia. Tenemos lo que nos merecemos, por borregos. No solo se puede salir a la calle por el fútbol o por la defensa de las libertades de los gais, también se puede hacer para defender nuestros derechos y, si no lo hacemos para poner las cosas en su sitio, pagaremos las consecuencias, por ser un pueblo de irresponsables y cobardes.