La ciudadanía tradicionalmente ha tenido gran respeto por los así llamados hombres de Estado. A todos nos viene a la memoria Napoleón, De Gaulle, Roosvelt, Fidel? Pero actualmente sus perfiles han perdido lustre, pues los medios de difusión muestran sus personalidades más íntimas. En España podemos enorgullecernos de contar con políticos que han hecho de la corrupción su medio de vida. Rajoy tuvo que dimitir negando ser corrupto a pesar de las evidencias. Rodrigo Rato huyó de director del FMI al descubrírsele operaciones fraudulentas, aunque Aznar le recuperó nombrándole presidente de Bankia. Ahora descansa felizmente en prisión. Felipe González tuvo el honor de fundar el GAL organizado por el Estado que se cargó a miembros de ETA. Susana, mujer de estado de Andalucía que perdió las elecciones al descubrírsele abrumadoras pruebas de conocer los ERE. Miguel Sanz, presidente de Navarra, que quebró la Can, distribuyéndose dietas camufladas y beneficios ficticios entre los miembros de la mafia. Yolanda Barcina, su sucesora, tuvo que devolver dietas que no pudo justificar. Miguel Blesa, anterior presidente de Bankia, que en gloria esté, quien, junto con sus amigos de timba implantaron las tarjetas Black...

Los partícipes de la mafia del PP en Valencia, que tenía corrompidas todas las instituciones para repartirse cargos, comisiones y firmaban contratos simulados con las diversas administraciones: Paco Camps, expresidente, Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, Sonia Castedo, de Alicante. Expresidentes de varias diputaciones y diversos consejeros de la Generalitat de Valencia. Pero este cuadro de honor no es exclusivo de España, aunque sí un referente. En él también tienen su espacio piezas como Donald Trump, peligroso yonki del poder que acumula excentricidades; Matteo Salvini, el héroe del Mediterráneo, que ironiza sobre el canallesco espectáculo al ahogarse niños y embarazadas desesperadas que tratan de cruzar el mar en embarcaciones de juguete. Sátrapas como éstos aumentan su popularidad y logran el poder porque los electorados de las democracias actuales son masivamente xenófobos.