“...La sociedad debe garantizar que el castigo no comprometa el derecho a la esperanza y que se garanticen las perspectivas de reconciliación y reintegración. La prisión perpetua no es la solución, sino el problema a resolver?”. Con esta clara denuncia Francisco sale al paso de la demoledora campaña de las derechas crecidas por los éxitos que están cosechando debido a la indiferencia y falta de coraje de partidos de izquierda y ciudadanía progresista amedrentados por la prepotencia de Trump, Bojo, Bolsonaro, Salvini, y en España los jueces de marcado perfil conservador, muchos de ellos próximos al franquismo sociológico.

Francisco denuncia que las prisiones se han convertido en “depósitos de ira” y no en “lugares de recuperación”. Claro que a personajes de la política o la judicatura como Casado, Rivera, Abascal, Marlaska, Garzón, Marchena, Llarena, Cayetana Álvarez de Toledo o Pedro Sánchez lo que suponga dignificar la vida en las prisiones les suena a música celestial, pues su objetivo es mantener pacificado el corral en el que las élites ocultan de la vista repulsiva a la que consideran escoria de la humanidad.

La prisión permanente supone materializar la condena de Dante en la Divina Comedia: “Voi entrate lasciate ogni ogni speranza”. Sólo que Aligieri lo expresaba como lo que se convertiría en una obra maestra de la literatura, pero para los que su futuro queda al albur de la decisión de jueces vengadores y les parece que la cadena perpetua es antiestética significa una muestra de la cruel capacidad de humillar a seres humanos a los que se les priva de toda esperanza para regenerarse y arrepentirse. Habría que explicarles a los que tienen esa responsabilidad la doctrina de Francisco: “No hagas a los otros lo que no quisieras que te hicieran”. Pero la historia no parece que estimula al optimismo mientras los jueces no respondan realmente de sus errores.