Cuando se disfrazó de mujer y acudió a aquella fiesta entre amigos no tenía ni idea de lo que le iba a caer. Un sostén para los inexistentes pechos, pintados los labios y una gran peluca para su calva cabeza, que con pendientes lucía sonriente sobre una escueta falda. Las piernas peludas, eso sí, que depiladas no estaban -eso duele o cuesta-, al estilo de las germanas. Hablaron, rieron y bebieron, como suele suceder en los encuentros donde algunos amigos se disfrazan, pero todo cambió cuando alguno de aquellos invitados, años después, hizo público ese privado y amistoso encuentro, para convertirse en malvado enemigo, ya que arruinó su carrera política. Algunos transexuales y ciertas feministas radicales le denunciaron por usar en modo burlón juegos con algo tan serio como es el género. “Degenerado”, le llamaron muchos, y pidió perdón cuando era presidente, temiendo perder su puesto. Esto, que en España todavía parece imposible y exagerado, sin embargo, ha pasado en Canadá. Su primer ministro, Trudeau, se ha disculpado ante los medios de comunicación por llevar en una fiesta de hace muchos años la piel pintada de otro color. “Me disfracé de Aladino y me maquillé. No debería haberlo hecho. Debí haber sabido que no era adecuado, pero lo hice y realmente lo siento”. Y otros sentimos que lo sienta y nos parece patético tal arrepentimiento. ¿Qué sería de nuestras cabalgatas de Reyes, de nuestros carnavales, de nuestras fiestas en casa? El puritanismo de lo políticamente correcto se está convirtiendo en una religión atea que convierte en sagrado y en dioses cuestiones pasajeras, censurando la prensa, inventando quimeras, invadiendo hasta las hogares con opiniones siniestras. Que se pintara la piel para simular ser afroamericano e interpretar una canción jamaicana les pareció casi un delito. Quienes más le criticaron fueron, curiosamente, los conservadores, llamándole racista. ¿Qué tendrá que ver el desprecio o minusvalorar una raza con vestirse al modo de otros para pasar un rato entretenido? El puritanismo es una enfermedad del alma que antes azotaba las costumbres eclesiásticas exigiendo someros escotes o largas faldas, controlando bromas y expresiones, como los fanáticos musulmanes, pero ahora -tiempos de laicas creencias- se ha trasladado a las cotidianas esferas en los valores que ahora más relevancia tienen y más exasperan. El origen de los puritanos suele afincarse en buenas intenciones y caracteres drásticos, radicales, que al final destruir pueden incluso lo que más quieren, por sus exageraciones. América del Norte es el gran foco de este huracán histérico que ha convertido algunas ideas de izquierda en una sutil capa de cotidianas exigencias que imponerse deben, quieras o no quieras. La libertad, muy atrás queda, que eso es asunto de épocas postreras. El humor y la tolerancia huyan a otras fronteras.