El mundo corre el riesgo de sufrir un colapso ecológico, debido principalmente al cambio climático, pero también a otros factores que intervienen en el deterioro del medio ambiente. Se nos plantea un panorama extraordinariamente complejo.

Es evidente que resulta difícil modificar conductas en situaciones en las que el individuo debe hacer sacrificios, sabiendo que no va a recibir nada a cambio, y que es posible que ni tan siquiera perciba el fruto de su esfuerzo. Eso es precisamente lo que sucede en el momento que nos ha tocado vivir. Para hacer frente a esos problemas hay que actuar de forma racional. Esto supone tener también en cuenta las bases biológicas de la conducta. Del mismo modo que la araña teje sus redes o la abeja construye celdas sin que hayan recibido aprendizaje alguno, los humanos contamos con determinadas pautas de comportamiento genéticamente establecidas. Empleando el término utilizado por Eibl-Eibesfeldt, se trata de una preprogramación (a la que posteriormente la cultura le proporciona una enorme variedad de formas). Un ejemplo de ello es la constante búsqueda del beneficio personal. Otro, el que en momentos que son percibidos como de crisis, suban los niveles de agresividad. Ese creer que podemos hallarnos ante una situación sin salida parece que es uno de los múltiples factores que intervienen en el clima de crispación que existe actualmente en el mundo.

Ante el abismo nos replegamos en la historia ya conocida de nuestra sociedad, en el patriotismo. Pero en él tiene un gran peso el factor gregario y esto, en momentos en que se considera que el grupo está en una situación de peligro, suele resultar arriesgado, ya que parte de la sociedad entiende que la agresividad queda justificada. De ahí la virulencia que, en ocasiones, adquieren los conflictos nacionalistas. Por esos nos hallamos ante dos factores (agresividad y gregarismo) que pueden retroalimentarse. En este contexto se están difundiendo propuestas de actuación muy diferentes. El 25 de septiembre los medios de comunicación indicaron que Donald Trump afirmó ante la Asamblea de la ONU que “el futuro pertenece a los patriotas, no a los globalistas”. Pero esta dicotomía es falsa. Por una parte, los problemas que tenemos afectan a todo el planeta y requieren respuestas coordinadas. Además, existe una cultura cosmopolita que, además de en inglés, se expresa en los restantes idiomas.

Pero esto no se opone a la conservación de las culturas tradicionales previas y a los distintos ámbitos de convivencia que sustentan. Por ello, junto a la globalización, está el patriotismo. Ambos se complementan. En ese último no se trata tan solo de tener en cuenta los intereses materiales de cada sociedad en particular. Además de eso, los aspectos más positivos de las culturas del mundo forman un espléndido legado del que todos podemos disfrutar.

El que los patriotismos sean conciliables entre sí resulta imprescindible, dada la situación planteada y, sobre todo, el futuro que parece avecinarse. El encaje es perfectamente posible y, de hecho, especialmente desde el fin de la 2ª Guerra Mundial, se ha avanzado mucho en esa dirección. Por ello hay, en la práctica, un continuo debate sobre cuáles son los mejores aspectos de cada civilización que merecen ser conservados y la forma en que pueden conciliarse éstas entre sí y con la cultura universal.

En cierta ocasión un francés descendiente de armenios (creo que era un político), declaró que era francés al 100% y armenio al 100%. Al principio me extrañó esa expresión (parece sugerir un imposible 200%). Pero puede querer indicar simplemente que poseería la dotación cultural prevista para un ciudadano medio de esas dos nacionalidades.

Estamos poco motivados para luchar contra el cambio climático porque no obtenemos un beneficio personal. Pero la adscripción afectiva a grupos (familia, localidad de origen, región, nación) puede hacer que ese umbral aumente. Motiva a trabajar por el futuro. Además, en algunos ámbitos específicos existe un solo grupo que abarca a toda la humanidad. Por ello se trata de determinar qué vías existen para elevar ese nivel de compromiso. Debido a estos procesos de deterioro del medio ambiente nuestra supervivencia está en peligro. En este contexto la agresividad es el gran riesgo. La confrontación sería la respuesta equivocada. Es imprescindible que cooperemos. Sabemos que las personas pueden analizar los problemas con racionalidad y nos hallamos ante una guerra que debemos ganar. Se trata de que cada cual, en la medida de sus posibilidades, aporte su grano de arena a esta inmensa tarea a la que parece que la humanidad deberá enfrentarse durante generaciones. El que los patriotismos sean conciliables entre sí produce efectos positivos. Vivimos en un mundo que se integra rápidamente. Pero además de avanzar en la globalización, tenemos que preservar lo mejor de nuestros ricos legados culturales previos para que sigan estando vivos en el futuro.

Doctor en Filosofía