No existe una masa impersonal de personas migrantes o refugiadas. Detrás de las frías estadísticas hay una persona concreta con una única historia de exilio. Es fácil caer en el desánimo al ver un enorme campo de refugiados con 200.000 personas. Pero también puede nacer la esperanza y la solidaridad al hablar con una persona refugiada que comparte sus sentimientos y su vida.
Los gobiernos levantan muros que nos protegen del mundo exterior y no altera nuestra ordenada sociedad. Pero mientras los muros crecen, el problema se traslada a otros lugares. Los gobiernos son escépticos. Las personas refugiadas ignoradas, sus historias simplificadas y no escuchadas.
Es una responsabilidad y un reto para cada uno escuchar lo que sucede en otras zonas del mundo. Poco nos llega de lo que sucede en el Tercer Mundo. La brecha entre países ricos y los del Tercer Mundo cada vez es más grande.