Veo en la prensa local algunas imágenes del futuro paseo de Sarasate (concurso del Ayuntamiento de Pamplona). En una de ellas, como si de una fotografía del futuro se tratara, y en el marco de una vista general, un chico en bicicleta, dos o tres jubilados y unos pocos paseantes componen el paisanaje que acompaña a la nueva alfombra que la propuesta de los arquitectos ofrece, un suelo elegante que servirá a este espacio de Pamplona que llegó a ser, junto con la Plaza del Castillo, el centro urbano de Pamplona, y que hoy lleva camino de transformarse en un espacio de salón, como esos salones de los rancios palacios que sirven únicamente para ser mostrados al visitante, pero que carecen de función reseñable en el quehacer cotidiano.

Ven que no hablo de la solución concreta, sino de la tristeza que me produce ver cómo la Plaza del Castillo y el paseo de Sarasate han evolucionado hasta el presente. Porque soy de los que añoro esos tiempos, no tan lejanos, en los que en este vacío urbano (Plaza del Castillo-paseo de Sarasate) jugaba un papel interesante como elemento de articulación del Casco Antiguo con los ensanches, no solo por su forma (magnífica solución urbanística), sino también por su actividad. Hablo de cuando en la Plaza del Castillo entraban los autobuses urbanos, los manifestantes, los vecinos, las motos, las pamplonesas, los coches, los cuencos, las niñas jugando a la goma y hasta las palomas; cuando en sus lonjas se compraban libros, sellos, plumas estilográficas, collares y las entradas de Osasuna; cuando en el paseo de Sarasate se alineaban las tres heladerías más conocidas de Pamplona, Casa Puntos y el quiosco de San Nicolás. En definitiva, cuando el conjunto de la Plaza del Castillo y el paseo de Sarasate constituían un espacio que era accesible y visible, repito, visible, un espacio lleno de vida urbana, de gente, de sonidos, de trasiego comercial, incluso de conflicto, si se quiere.

Fue con la implantación del primer hipermercado cuando se inició la decadencia comercial del Casco Antiguo de Pamplona (por suerte, paralelamente se inició la regeneración residencial, de éxito incontestable). La sucesiva implantación periférica de una buena parte de los usos comerciales (centros comerciales) han ido golpeando sistemáticamente al tejido comercial urbano, y en particular al del centro de Pamplona. Si a esa reducción tan importante de la actividad comercial en el centro de Pamplona se le une el desplazamiento a la periferia de otras actividades, y una interpretación radical de esos conceptos que denominamos “peatonalización” y “amabilización”, que han acabado por eliminar una buena parte de la visibilidad, repito, visibilidad de esos espacios (en definitiva, del Casco Antiguo), no debe sorprendernos que la Plaza del Castillo y el paseo de Sarasate hayan dejado de ser los salones de la ciudad para transformarse en unos espacios de salón, bellos pero tristes, que llegarán a quedar tan pulcramente urbanizados como carentes de una vida urbana que no irá más allá de lo que se genere en momentos puntuales (Navidad, la tómbola, alguna que otra exposición?), cuando antes yo veía desde mi balcón cómo la vida urbana supuraba a diario en una plaza que, sin duda, era el centro de Pamplona. Y ahora un día cualquiera me aburro al asomarme a un espacio muerto, y ni siquiera puedo bajar a tomarme un helado de mantecado de la heladería Italiana. Qué pena.

Posdata: También veo que el Gobierno de Navarra saca a subasta la parcela de la antigua Super Ser para que en ella se instale algún uso comercial, aportando su granito de arena, como siempre ha hecho, en la destrucción del tejido comercial urbano, (actuando en contra de los principios que sustentan la Ley Foral del Comercio). No se acongojen, cojan el coche y vayan a comprar, cuates, que yo me voy a pasear por el paseo de Sarasate.

El autor es arquitecto y novelista