Un letón grande y gordo, cubierto con una especie de cortina de terciopelo para no romper la armonía de la inmensa belleza que dirigía en un lugar lleno de hermosura y gracia sobria e infinita. Sí, Viena 2020. Cosas como ésta me reconcilian con la vida. El talento necesario para escribir un vals, músicos que se pasan la vida domesticando el aire con los labios y los dedos, ramilletes de rosas de todos los colores posibles, frescas, que recuerdan al rocío, capiteles dóricos, pan de oro en los palcos, cuerpos de seda de mujer danzando en los brazos de hombres hechos como ellas para doblegar el tiempo y el espacio en salas de palacios amplios, cabezas regias de artistas del sonido en la madera y cuerda, enciclopedias de sabiduría como mi Beethoven. Actos que por un momento me hacen olvidar la miseria y pensar que el ser humano es capaz de crear algo bueno, algo distinto a la guerra y el terror. Algo es algo. Abren el nuevo año, que aunque no cambia nada, nos permite soñar con algo bello.