"Yo también quiero ser ministro", dijo el muchacho que ayudaba a organizar los envíos propagandísticos, y no lo decía en broma, que para trepar en ese árbol del poderío se adherido al partido desde su barrio de extravíos. Él se encontraba a veces con Pablo Iglesias en los pasillos e intercambiaban palabras de consuelo y refuerzo cuando la lucha había sido más difícil, hace unos meses, cuando parecía imposible cualquier acuerdo. Ahora había visto a varios compañeros subir a puestos altísimos con muy jugosos sueldos. No pretendía una casa con jardín y piscina, sino algo mejor de lo que conseguido, porque se lo había ganado, que siempre estaba zascandileando entre los pasillos con unos y otros del grupo al que se había unido. Además, si habían ampliado a varias decenas el número de ministros, por qué no lo podían ampliar un poco más: cientos o miles, el poder quedaría mucho mejor repartido. Harían un congreso de ministros y sería todo más democrático. Hermoso sería que fueran dos mil veinte ministros, pues haría historia su proyecto con símbolo tan provecto. Así, además, podrían colocar a tantos compañeros en puestos buenos con excelentes emolumentos. La subida de las pensiones a los mayores había sido un buen comienzo porque estos quedarían tranquilos, al menos por el momento. Así tenían que hacer con todo, repartir lo bueno. Lástima de esos córvidos que hablan del próximo cadáver, muerto de tanto fasto, y estropean los festejos. Dicen que la tesorería se agota con tanto gasto y que aunque sea justo y bonito subir los sueldos, no está claro que el cielo se abra con trabajos nuevos, que son los que aportan a las arcas del estado los dineros. ¿Quién iba a pagar todo eso? La economía debía mejorar, tal fue el proyecto. Hay que confiar -dijeron-. O tal vez subirían los impuestos, pero tenían que evitar lo que en Italia ha sucedido, que presionando sobre todos han cerrado también muchas pequeñas y medianas empresas, el afán de recaudar puede llevar a agotar la fuente de la que mana la riqueza y todo se convierta en erial de pobreza. En los pueblos se ve cómo las gentes prefieren no invertir o moverse para que el Estado no se lo lleve, pues no compensa tanto esfuerzo y eso no es tan bueno. Les habían acusado de exceso en los gastos, sin pensar en los ingresos. Las ideas se imponen, ya se verá dónde van a parar los hechos... Es un proyecto utópico, pero vivimos en España y no en la lejana isla de Utopía, allá donde moran los sueños. Ya se resolvería todo en algún momento. Quienes criticaban la casta política rápidamente escalan a los puestos más señeros, veremos cómo los gestionan con el tiempo y en qué se convierten ellos. De momento, se llevan copiosos y sabrosos sueldos.