Ella, inteligente, culta y refinada, no quería probar nada de carne y uno, castellano viejo que ama zampar chuletones o asado cordero, quedó admirado al ver que no era por motivos de salud, sino por una concepción ética. No quería que sufriesen los animales ni se los matase para devorarlos, habiendo otros alimentos. La miró sufrir intentando elegir los platos que convenían a su severa dieta, incomprendida por la mayoría: matadores de bestias -aunque sea de modo indirecto-, si bien quienes comemos carnes criminales no nos consideremos. Homo recolector y cazador, animal omnívoro: al caminar vamos aplastando gusanos e insectos, lo mismo que el automóvil o el tren arrolla algunos bichejos. Vivir es matar, pensamos algunos, aunque debamos evitar innecesarios sufrimientos. Cuando se viaja por diversas universidades extranjeras cada vez se ven más estudiantes vegetarianos que, como esta joven, consideran innecesarias las granjas y sus continuas matanzas. Unos lo hacen también por salud, otros por creencias... Una investigación de Oxford y otros centros científicos, publicada ahora en la prestigiosísima revista Science, va a animar todavía más a esta tendencia. Producir alimentos de origen animal provoca un impacto ambiental diez veces mayor que el de los vegetales pues necesitan mucha más tierra, agua y contaminan más. Dos tercios del agua dulce se utilizan para la ganadería. Producir proteína animal (carne, piscifactorías, lácteos o huevos) requiere el 83% de la tierra dedicada a la alimentación de los más de siete mil millones de personas que habitamos el planeta, pero la Tierra no aumenta y no cuadran las proporciones. Además, los bichos aportan solo el 37% de las proteínas y el 18% de las calorías que requerimos, mientras que producen el 60% de las emisiones que acidifican y estropean aguas y suelos. La carne menos dañina con el medio ambiente produce un 360% más de emisiones de gases de efecto invernadero, acidifica un 3.200% más la tierra y produce casi mil veces más eutrofización, además de ocupar un 230% más de tierra que la producción de proteína vegetal. La humanidad se verá obligada a variar su dieta. Hay quienes señalan también a las algas o los insectos. Eliminar la dieta animal llevaría a reducir el gasto de un 20% de agua y las emisiones serían la mitad. El 76% de la tierra usada para agricultura y ganado podría volver a ser natural: 3.100 millones de hectáreas, es decir, unas 62 Españas liberadas. Por eso recomiendan reducir el consumo de procedencia animal, sobre todo el marisco de piscifactoría. ¡Ay, las ricas gambitas! Suspiros. Parece entonces conveniente ir modificando la dieta aumentando la proporción de vegetales nutrientes o yerbas, reduciendo el consumo de pescado o carnaza, ¡con lo que a algunos nos gusta! Nuestra sociedad de consumo y productora de tantos desperdicios diríase sentenciada en un próximo futuro.