Los soplones, chivatos, confidentes, membrillos, sapos, son odiados y queridos, esto último sobre todo por policías, jueces y fiscales, que tendrían mucho más difícil su trabajo sin su “altruista” colaboración. Los hay de diferentes tipos. Por un lado están los que actúan guiados por una ética personal, una idea de justicia y bien común, y que por lo general no han cometido ningún delito. Por otro lado, los delincuentes, quienes en un momento dado buscan salvar el pescuezo, reducir su pena u obtener alguna compensación -también están los chivatos que disfrutan por el propio acto de chivarse, pero esta sería una patología mental compleja-.El doble cargo de conciencia, de delincuente y soplón, quizás no existe en la ética de determinados personajes que realmente creerán que han encontrado la salvación a base de joder a sus compinches y delatarlos. Sin embargo, será una sensación pasajera, y no tardarán en percibir el sentimiento de repudio social, símbolo de la desconfianza que generan. Y es que, buscando el símil cinematográfico, no habrá paz para el soplón como no habrá paz para los malvados. El soplón se quema, es un producto de usar y tirar, y la reducción de su condena en prisión solo hará aumentar su condena social fuera de ella. Porque, como nos muestra la traición de Judas, de un chivato se espera que venda a un amigo por treinta monedas de plata.Hay delatores en nuestro vecindario, en la política, en la oficina y en el deporte. Se podría pensar que en mayor o menor medida todos estamos rodeados de algún chivato. Y eso no gusta. Como tampoco gusta que se quiera blanquear a Ángel Vizcay, exgerente de Osasuna. Una persona que declaró que se iba “absolutamente tranquilo” cuando dejó su cargo en el club. El análisis mediático del caso Osasuna, del lenguaje empleado, y de declaraciones como las del presidente de la Liga, Javier Tebas, daría a entender que el corrupto y chivato ya no es ni lo uno ni lo otro, que no es sino una víctima a la que poco menos que habría que compensar por las molestias causadas; una beatificación, quizás, por los servicios prestados a Osasuna. El abogado del exgerente pide ahora su completa absolución cuando ya han conseguido que la fiscalía rebaje la petición de pena de 14 a 6 años por “confesar y colaborar”. Ya solo nos falta escuchar que se aprovecharon de un pobre anciano con alteraciones de memoria, que no era más que un, ejem, “instrumento ciego” -¡ah!, esto ya lo hemos oído?-, y que no fue gerente sino becario durante sus 24 años en Osasuna; un par de fotos del personaje con la mente perdida y el pelo despeinado, y caso visto para absolución. Una de las ideas que extienden sus defensores, entre quienes se encuentra Tebas, es que quizás Osasuna no se encuentra imputado como club gracias a la filantropía de su exgerente. Lo que parece que está claro son dos cosas: hay actores que están interpretando muy bien su papel, y el sapo no sopló por hacer un bien a la sociedad.