Nos quedamos pasmados. El Gobierno había cerrado sin previo aviso las fronteras con Italia, la emergencia de la plaga lo exigía. Era comprensible, pero muchos españoles quedaban en los territorios que supuestamente no eran peligrosos cuando allí fueron, en hoteles, pagando gastos que ahora no sabrían cuánto tiempo tendrían que mantener... Cada día que pasaba todo iba complicándose más, más restricciones, cerrando todo a partir de las seis de la tarde, menos libertad de movimiento, como si estuviéramos en una guerra. Llamábamos a los consulados y no hallábamos respuesta, estaban saturados. Las compañías aéreas habían anulado los billetes de vuelta. Atrapados. Llamar era inútil, siempre estaban comunicando y solo máquinas estúpidas respondían sin dar respuesta a nuestras necesidades. Nuestro Ministerio de Exteriores no se preocupó de repatriarnos, como habían hecho los itálicos enviando un avión al Extremo Oriente para rescatar a uno de los suyos. Que se fastidien los hispánicos ciudadanos. Ni siquiera hubo intento de coordinación con alguna compañía para que nos rescatase. Así que hice caso a lo que nos recomendaban, extraoficialmente, algunos bondadosos empleados de la embajada: ir por tren o por barco. Como si así el virus no se propagase en caso de que lo hubiéramos adquirido. El tren pasaba, además, por la zona prohibida de Lombardía, si es que podía atravesarla: la zona más infectada. Así que: "sálvese quien pueda". Dicho y hecho. Conseguí el último vuelo antes de que cerraran el aeropuerto romano hacia Cracovia. Allí pasé la noche, la calle estaba llena de borrachos ingleses que se enojaban porque a la una cerraban los bares, aunque ya estaban en alerta por la plaga. Para ellos lo principal era el alcohol y la pendencia. Al día siguiente, dejada ya la hermosa ciudad polaca, en un vuelo lleno de españoles con mascarillas, volvíamos repatriados y, efectivamente, al aterrizar comentaban, después de conectarse a la red, cómo ése había sido el último vuelo a España. En casa se pondría enseguida en marcha el estado de alarma. Salvado por los pelos, pero a encerrarme en mi hogar de la capital, arresto domiciliario. Menos mal que los libros abren puertas y ventanas.Vivimos una pesadilla apenas imaginada por el cine dedicado a las catástrofes. La globalización impuesta y el poderosísimo sistema financiero se han puesto de rodillas ante un minúsculo virus. Es muy posible que el mundo no vuelva a ser lo que era antes, porque es hermoso poder moverse con libertad de uno al otro confín del universo, como las mercancías y otros productos estupendos, pero parece que a veces hay que controlar lo que pasa. China ha sido la gran beneficiaria de este sistema planetario de economía y transportes, ahora ha sido la artífice de la gran desgracia. Quienes viajamos mucho sabemos lo conveniente de no sufrir fronteras en nuestros trayectos, pero la necesidad obliga.