Recientemente Willy Toledo, actor, ha tenido que sentarse en el banquillo acusado por una asociación de abogados católicos de un delito contra esa religión por, como suele decirse cagarse en Dios. Finalmente ha resultado absuelto, supongo que porque al juez le habrá resultado imposible declararlo culpable, en la misma medida que les habrá resultado imposible a sus acusadores demostrar la existencia del sujeto receptor del supuesto acto delictivo. Porque en nuestro sistema judicial, como en nuestra sociedad, por una cuestión de coherencia, las verdades solo lo son si se pueden verificar. Los sentimientos religiosos, en cambio, son una cuestión de fe, sentimiento, que se manifiesta por encima de la necesidad de poseer evidencias que demuestren la verdad o pruebas que la sustenten, por eso la fe es fundamental en cualquier práctica religiosa y que también podría llamarse credulidad. Pero no hablemos de fe, hablemos del dinero que proporciona esa credulidad. Viven de este asunto una cantidad innumerable de clérigos de todos los niveles que conforman la iglesia propiamente dicha, y ganan dinero de su mano y en su nombre profesionales de todo tipo, como los antes mencionados abogados de distintos bufetes, administradores, banqueros, profesores de religión, inmobiliarias y un larguísimo etcétera, para los que la cuestión no es un acto de fe, sino mera intención de lucro. Los bienes del Vaticano son incalculables. Hablamos de muchos billones de euros en todo tipo de empresas, oro y obras de arte, y es, sin lugar a dudas, el mayor poseedor de bienes inmuebles del mundo. ¿Cómo ha llegado la iglesia a poseer esa inconmensurable riqueza con una fábula indemostrable? Máxime cuando su doctrina ensalza la pobreza, la humildad o la caridad y predica la solidaridad y el destino universal de los bienes. La historia pone los pelos de punta con ese asunto. Según el código penal, la estafa es el delito contra la propiedad o el patrimonio con intención de lucrar, de la mano del fraude y el timo, usando las artes del engaño para forzar a un error a otra persona e inducirlo a hacer algo en perjuicio suyo o de terceros. No sé si os suena de algo. Aunque cualquier parecido con esta historia podría ser pura coincidencia.