icen los taurinos que a toro pasado todos somos Manolete. Y este viejo y castizo refrán está más de actualidad que nunca en la dramática situación que estamos viviendo. Frente a una pandemia como la que nos está azotando y a una crisis sanitaria como la que ha provocado, inédita en nuestra historia reciente e inconcebible hasta hace sólo unas semanas, no hay previsión ni planificación posibles, ni capacidad de reacción inmediata, ni receta infalible, ni Gobierno eficaz, con independencia de su color, ni soluciones mágicas.

En estas circunstancias, el único método de conocimiento, contrastado y al alcance de cualquier gobernante, y la única forma de actuar es mediante el ensayo y error, es decir, probar una alternativa y comprobar si funciona. Y muchas veces no funciona, como está ocurriendo, o no resulta como desearíamos, ni con la rapidez que necesitamos. Por eso, atribuirse el ridículo papel de adivino del pasado para erosionar al Gobierno, que tiene la responsabilidad de liderar el dificilísimo combate contra un enemigo invisible, desconocido e imprevisible como es este coronavirus, en vez de arrimar el hombro y ayudar, es una actitud inaceptable, ventajista y vergonzosa.

Tiempo habrá para analizar lo ocurrido durante esta crisis, en la que sin duda se están cometiendo errores, por otra parte inevitables, para criticar, para atribuir responsabilidades y, sobre todo, para aprender y mejorar nuestra capacidad de respuesta y nuestra eficacia de cara al futuro. Pero el periodo analizado deberá ir bastante más allá del pasado 8 de marzo, en el que algunos quieren ver el origen de todos los males. Habrá que retrotraerse al menos una década atrás, para analizar también si todo el proceso de erosión y debilitamiento de nuestros servicios púbicos, especialmente de nuestro sistema sanitario, a través de privatizaciones y recortes salvajes llevados a cabo en el conjunto de España y en algunas comunidades autónomas, ha contribuido a amplificar los daños de la pandemia.

Porque algunas de las voces más disonantes estos días, surgidas de la oposición o de gobiernos autonómicos, corresponden a fuerzas políticas que llevan años apelando al patriotismo, mientras desmantelaban el Estado de Bienestar, los servicios públicos y la red de protección social, auténtica columna vertebral de cualquier patria digna de ese nombre, mientras anteponían sus dogmas económicos neoliberales a las necesidades sociales de los ciudadanos, especialmente de los más vulnerables. Quizá viene al caso citar a Antonio Machado cuando decía: "En España, lo mejor es el pueblo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva".

Esta reflexión cabe hacerla extensiva a la actitud que están adoptando algunas organizaciones empresariales, reaccionando con inusitada dureza a las medidas de índole laboral que está tomando el Gobierno para reducir al mínimo la actividad productiva y evitar al máximo la movilidad, que se ha convertido en el principal factor de expansión de la pandemia. Porque en este momento la prioridad absoluta es evitar el colapso sanitario, especialmente las UCI, por cierto, ocupadas mayoritariamente por personas pertenecientes a la generación que nos trajo la libertad, la democracia y las mayores cotas de bienestar de las que ha disfrutado este país a lo largo de su historia.

Es cierto que las medidas adoptadas, especialmente la obstaculización de los despidos, los ERTE por fuerza mayor o el permiso retribuido recuperable, son medidas que inicialmente hacen recaer un mayor esfuerzo sobre las empresas, que lo recuperarán posteriormente cuando se reinicie la actividad. Y también que la supervivencia de las empresas debe ser un objetivo prioritario para cuando acabe todo esto. Pero, por primera vez, no son las espaldas de los trabajadores las únicas que van a soportar las consecuencias de esta crisis. Y me parece que repartir de una manera más equitativa los costes de esta situación y asumir la cuota de sacrificio correspondiente, es más patriótico que lo que ocurrió con la crisis económica de 2008 y especialmente con la reforma laboral de 2012, que todavía seguimos padeciendo los trabajadores. Este ensayo de arrimar todos el hombro nos va a venir muy bien para cuando venzamos al virus e iniciemos el camino de la reconstrucción de los enormes destrozos que está causando. Porque será necesario seguir haciendo esfuerzos y sacrificios, y nosotros los haremos, como siempre, pero exigiremos que los demás también asuman su cuota para que los paganos no volvamos a ser solo los de siempre.

Y acabo con un aplauso para esa parte de los de siempre, que en esta ocasión se están jugando además la vida en sus puestos de trabajo. Mucha fuerza y mucho ánimo, venceremos.

Secretario general de la UGT de Navarra