Son muchos los videos e imágenes que se suceden estos días por redes sociales mostrando una realidad de la sociedad española que, a mi parecer, es vergonzosa. Salva patrias que, a pleno pulmón, se dedican a increpar o insultar a personas que están en la calle. Gente tarada incapaz de comunicarse con el vecino. Eso sí, que no falte el aplauso de las ocho. Incoherencia allá donde las haya. Incoherencia porque, en ese acto, desconoces la situación de esa persona que se encuentra en la calle. ¿Qué ocurre si es una persona con un Trastorno del Espectro Autista? La falta de sensibilización por parte de la sociedad les ha obligado a tener que ponerse un distintivo azul, un pañuelo, para justificarse. ¿Han pensado en aquellas personas con una claustrofobia diagnosticada? ¿O si esa persona a la que increpan por estar en la calle es la misma a la que aplauden? ¿Llamaban a la Policía cuando oían al vecino de arriba maltratar a su mujer? La falta de empatía y el exceso de envidia me ha llevado a hacerme una pregunta, ¿en qué momento hemos llegado a esto, a ser este tipo de sociedad? Vergonzoso cuanto menos. Sin embargo, siempre hay esperanza entre tanto falso justiciero. Redes de solidaridad, vecinos que organizan bingos o un txupinazo improvisado en la calle Calderería, un bailarín incansable en una terraza en Peralta, el cántico del Riau Riau inundando Iruña, que tanto nos emociona, la confección en tiempo récord de mascarillas caseras en Funes o los niños y niñas navarras enviando dibujos para poner un poco de color en las residencias. “La solidaridad es la ternura de los pueblos”, decía Belli. Qué razón. Y por supuesto que, falte lo que falte, ya falta menos.