Llevamos días y días en nuestras casas. Sólo salimos para las compras imprescindibles, tirar la basura, y ya últimamente para dar un pequeño paseo, muy de mañana o por la tarde. Llama la atención cómo la primavera ha llegado con fuerza y cómo el canto de los pájaros en la ciudad es más intenso que nunca. Nos hemos creado ya nuestras propias rutinas y cada día transcurre tranquilo, con sus pequeños objetivos, esos pequeños objetivos que son en realidad la vida: una llamada telefónica a una amiga o a los padres, el reto que es el trabajo a distancia, preparar una receta que sabes que gusta mucho a los tuyos, aprovechar el silencio y mirar hacia dentro e incluso rezar, agradecer el sol aunque sea desde la ventana, aplaudir a las ocho, reencontrarse con los libros, compartir un juego de mesa o una película, cuidar las plantas y las flores de las jardineras de las ventanas… En medio de estas nuevas rutinas se nos están yendo muchos de nuestros mayores; ésta es la gran tragedia. En los hospitales, en las residencias, en sus propias casas, en las ambulancias… Se nos están muriendo. A todos, no solo a sus familiares. Son parte de nuestra vida. Y me acuerdo de mi abuela y doy gracias porque no tuvo que pasar por esto: se fue hace unos años. Los últimos los pasó en una silla de ruedas, después de que se le paralizara medio cuerpo. Fueron cuatro años que nos permitieron cuidarle y acompañarle y nos ayudaron a ir acostumbrándonos a su partida. A mí me coincidió con la llegada de mi primer hijo y compaginé el comienzo de una vida con el final de otra: la vida impetuosa de ese pequeño que justo sabía andar y arrastraba la silla de ruedas de su bisabuela, y la vida tan vulnerable de la abuela en su final rogándome “quítamelo” con miedo del daño que le podía hacer ese ser tan pequeño, tan fuerte y tan inconsciente. Cuatro años para una despedida. Ahora cuando llegan las 20 horas aplaudimos, sí: a los profesionales de la salud (enfermeras, médicos, farmacéuticos, gerocultores…), a los que nos atienden en las tiendas del barrio, a quienes se encargan de la limpieza… y yo he de reconocer que mi mayor emoción y aplauso va por nuestros mayores. Todos los que nos están dejando de esa manera tan difícil que se resume en dos palabras: distancia social. Ahora que estábamos empezando a saber qué era eso de abrazarse llega la distancia social. Como ya no podemos seguir mejorando en el abrazo, la música y el aplauso de cada día a las ocho es para todos vosotros, nuestros mayores: por tantos que nos habéis dejado yéndoos silenciosamente y por tantos que permanecen en sus casas suspirando en sus soledades por poder volver a ver a sus hijos y nietos. ¡Va por vosotros!