Conocí a Julio en Padre Menni de la Rotxapea. Desde el primer momento hubo algo que me llamó la atención, creo que fue la gran humanidad que su presencia y sus actos transmitían. Conforme lo iba conociendo en los breves momentos que coincidía con él en el patio o en el centro me era muy agradable hablar con él, preguntarle qué tal estaba, intentar responder a sus preguntas sobre temas religiosos que le inquietaban. En definitiva, escucharle. Me transmitía ternura, era agradable, aunque a veces me dijera que estaba regular, siempre lo veía con una sonrisa. Siempre dispuesto a ayudar a sus compañeros, a trasladarlos en sus sillas de ruedas, ayudar donde hiciese falta. Me gustaba verle cuando volvía de los paseos por el barrio con su compañera Rosita. Los dos eran una pareja entrañable. Conforme más lo conocía más lo apreciaba. Un gran escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me dijeron que había muerto. Mereció la pena conocerlo. Su legado es importante. A veces tenemos que convivir con personas vacías, egocéntricas, que no nos aportan nada. Sin embargo, los que queremos vivir una vida coherente entre lo que decimos y hacemos, cuando encontramos personas como Julio, nos alegramos enormemente de que existan. Ojalá, allá donde estés, Julio, hayas encontrado la paz y el sosiego a tus grandes dudas religiosas, porque te lo mereces. Julio, sobre toda, era una persona buena.