Comienzan a ser habituales en España las congregaciones de muchas personas protestando con gritos y golpes a sus cacerolas contra la política puesta en práctica por el Gobierno español para luchar contra la pandemia, originada por el SARS-CoV-2, de la covid-19. Claman libertad y piden la dimisión del presidente del Gobierno, engalanados muchos de ellos con la bandera nacional a modo de capa de superhéroe, pretendiendo dar la impresión de ser patriotas, simplemente por la exhibición del símbolo nacional. La mayor parte de ellos, especialmente los que se pasean por Núñez de Balboa, ni lo son ni les interesa, pues sus intereses particulares no yacen en el interés de la patria, es decir, en el interés general. Oportunismo en mano, aprovechan las circunstancias para vociferar contra un gobierno que no les gusta, por "comunista, antiespañol y dictatorial", obviando, como es habitual en su proceder, que es consecuencia de las urnas. Poseen, y que lo conservemos durante largo tiempo, el derecho a expresar su malestar. Al mismo tiempo y como efecto de la misma epidemia que azota el país y muchas otras partes del planeta Tierra, largas colas de personas, tan españolas como las anteriormente citadas, se agrupan en torno a comedores sociales y ONGs cuya labor puntual se centra en reducir y aminorar el brutal impacto socioeconómico de esta profunda crisis sanitaria. Tan españoles son unos como otros. Ambos manifiestan conductas y actitudes patriotas, sin embargo no lo hacen de la misma manera. Para los primeros, lo crucial es exhibir símbolos y salvar la patria dinamitando el actual gobierno, mientras que para los segundos, el concepto de patriotismo descansa en ayudar y apoyar a los conciudadanos más castigados por esta horrible pandemia. Yo no dudo con cuál me quedo. Si puedo elegir entre el patriotismo populista de unos y el patriotismo social de otros, me quedo con el social, fundamentalmente porque mis intereses particulares coinciden con los generales, o sea, con los de mis compatriotas y conciudadanos.