Nicholas Negroponte es un visionario tecnológico con aspecto demasiado normal para que la gente le tome en serio y sin embargo todo el mundo le cree. Hace 20 años predijo que todos llevaríamos un ordenador en el bolsillo. Ahora dice que el 5G no es el futuro sino que se van a aunar biología y cibernética para sorprender al mundo incrédulo. Un detalle de su imaginación es la posibilidad de que llegue el día en el que se envíe a un lugar remoto una semilla en un pequeño paquete, el destinatario la sembrará y de ella nacerá una hermosa farola. No aclara si la farola fabricará su propia luz, como hacen las luciérnagas, o tendrán que mandar otro paquetito con la semilla de un generador. Mientras tanto la realidad científica nos deslumbra con igual destreza. Han inventado un exoesqueleto para sobrellevar la parálisis cerebral. Se le coloca al paciente un gorro elástico como el que usan los nadadores pero que, en este caso, lleva múltiples electrodos que leen todos los pensamientos, incluidos los más olvidados y hasta los que se quieren disimular. Lo probaron con un muchacho tetraparapléjico. El cibermédico-ingeniero le dijo: concéntrate y piensa en andar. La frase fue tan convincente como la de Jesús a Lázaro y el joven echó a caminar ante la admiración de los más escépticos. Y aunque parezca raro, es la realidad cotidiana la más difícil de aceptar. Tengo un amigo artista y, como el arte puede obrar milagros, le pregunté si me haría el favor de hacer uno para mí: protestar artísticamente donde hiciese falta por un camión usado que compré con una necesidad incurable de ir al taller. Me respondió que no, que aunque Gabriel Celaya dijera que la poesía es un arma cargada de futuro, en el mejor de los casos sólo alcanza a disparar ingenuas flores lisérgicas que ni siquiera huelen mal. Diles lo que hay, sugirió. Ya lo ven, respondí. Tres días después llevé el camión una vez más a rellenar aceite porque se encendió un chivato. Sin que mediara mi amigo, el arte o la providencia, el jefe de taller me dijo, tras un año y diez meses de importunar que iban a solucionarlo para siempre cambiando el equipo motor. Me emocioné y al mismo tiempo me invadió un sentimiento de culpa por haber pensado mal desde el primer momento, creyendo que deliberadamente estaban dejando correr la garantía. Recordé una frase de Lugones: “Creer que del mal puede salir el bien es precisamente la razón del crimen”. Creer que el bien puede corregir el mal ha sido la elegante elección de esta empresa cooperativa que ha cumplido su palabra e incluso ha ido más allá. Le preguntaré a Negroponte, que todo lo sabe, si lo que me ha sucedido es normal o suerte. Y si es normal, si lo es más que su increíble farola.