l artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice: "Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones€". No obstante, quienes emiten opiniones, juicios o ideas políticas sufren un pertinaz atosigamiento, con cobertura institucional a partir de la LeyMordaza, que ha limitado el derecho a la libertad de expresión como nunca antes desde 1978. No hace mucho, los acólitos de la banda terrorista ETA, afortunadamente ya disuelta, presionaban a quien no compartiese su visión patriótica vasca de un modo inaceptable, mas ahora determinados grupúsculos de fanáticos de derechas, haciendo gala de un vulgar gusto por la lucha partidista barriobajera, no dudan en atizar el fuego de la confrontación en los diferentes contextos de la cotidianeidad. Así, tenemos que intelectuales, periodistas, artistas, escritores, etcétera, sufren el menoscabo de tener que soportar la espada de Damocles de una posible imputación, pero además un acoso callejero espantoso, marcado por actitudes extremistas, sectarias y fascistoides, vestigios y rescoldos de un pasado no superado que se resiste a despedirse para siempre de la dinámica social y que se actualiza periódica y recurrentemente por parte de la derecha españolista, sobre todo durante las campañas electorales. Esa presión inadmisible alcanza también a los ciudadanos o ciudadanas de a pie; por comentar sus ideas o afinidades políticas progresistas o vasquistas, se ven obligadas a sufrir un estrés muy importante que puede derivar, como así ha sucedido en ocasiones muy significativas, en patologías extremadamente graves y fallecimientos inclusive.

Se debe señalar que los simpatizantes de Navarra Suma tristemente descargan su ira y su frustración en determinadas personas por razones tan fútiles como su origen vascón, simplemente nazismo. A causa de un victimismo egocéntrico, pocas veces se comenta que la derecha españolista navarra efectuaba en Los años de plomo desde el otro extremo una incívica labor de acoso y derribo, muchas veces contra víctimas asimismo de la terrible presión abertzale, simplemente porque, aunque también condenasen el terrorismo, eran simpatizantes de izquierdas, progresistas, o nacionalistas vascos moderados, vasquistas, estudiantes de euskera, etcétera, es decir, que ha existido la pinza PP/UPN-ETA, algo que está más que acreditado. Desde esa radicalidad sectaria y antivasquista, acusan de racismo al PNV y a su fundador, Sabino Arana, mencionando textos escritos hace ya dos siglos en una época en que hervían los nacionalismos en toda Europa (como si denunciásemos la intolerancia religiosa española apelando a la expulsión de los moriscos durante el reinado de Felipe III), pero deliberadamente omiten, primero, que Euskadi ha conseguido integrar satisfactoriamente a todos los migrantes provenientes del Estado representando la Bizkaia postindustrial un paradigma de la buena convivencia y, segundo, que en el Tardofranquismo algunos obispos denunciaron públicamente el amago de genocidio que se pergeñaba contra el pueblo vasco. Durante el Régimen del 78, esa hostilidad visceral ha persistido de la mano de PP/UPN con comportamientos, actitudes y acciones que inciden en un racismo antivascón en Navarra muy presente en nuestra cotidianeidad actual, pero que en Los años de plomo tuvo matices y rasgos claramente delictivos desde el punto de vista social y comunitario, no solo como reacción al terrorismo de ETA, sino también como una continuación de la política ultranacionalista homogeneizadora franquista. Las consecuencias difícilmente pueden cuantificarse ni valorarse, pero conforman una realidad tangible y afectan muy directa y negativamente a la minoría mayoritaria de la sociedad navarra (la del vasquismo transversal) desde el punto de vista material, psicológico y espiritual.

El autor es escritor

Desde esa radicalidad sectaria y antivasquista, acusan de racismo al PNV y a su fundador, Sabino Arana