Insidiosa pregunta, por tratarse de la edad: una cuestión humana que tiene mucha importancia en nuestra cultura. La respuesta incluye dos maneras de reaccionar ante ella, por parte de un trabajador agrícola y un escritor. La primera se refiere a lo que le ocurrió, hace muchos años, a un amigo, aficionado a correr por diversos parajes próximos a su pueblo, donde conoció a un hortelano que tenía un caserío en las afueras del vecindario, con extenso cercado por una tapia de piedra desde cuyo portal, siempre abierto, se le veía arrancar hierbas perjudiciales o realizar la primera labor de azada a las patatas. Era un septuagenario, con silueta inclinada hacia delante por curvar su postura a ras de tierra, cuya piel se le surcaba en la cara y brazos por el contacto del aire y los efectos del sol. Con el tiempo y un buen trato se hicieron amigos; por lo que un día, en un refrigerio ocasional, después de beber en bota, mi compañero le preguntó qué era ser viejo. El señor de edad caviló un instante y respondió con firmeza: “Ser viejo es levantarte un día cansado y para siempre”. La segunda actitud se halla en Benedetto Croce, filósofo y político italiano que recuerda en su ensayo Soliloquio, escrito un año antes de morir, su manera de responder a los que le preguntaban cómo estaba: “¿No lo sabéis? Me estoy muriendo”. Lo cual no era un lamento, pues él sabía que más horrible hubiera sido no morir nunca y perpetuar su estado de perenne cansancio. Indudablemente, en el caso de ser afectados por esta pandemia, ambos hubieran estado expuestos a merced de una protocolaria ruleta clínica que les habría apartado de la circulación por ser ancianos.