Yo no soy joven, estoy en el grupo de riesgo. Afortunadamente solo por edad, que yo sepa. Veo a los jóvenes hacer “de su capa un sayo” e ignorar las consignas, las mascarillas, y todo lo hablado y por hablar, para evitar la catástrofe económica y vital que nos amenaza.Cuando todo empezó, eso me cabreaba, me cabreaba mucho. En una de las primeras salidas controladas del confinamiento veía a grupos de jóvenes bien arremolinados en un parque de mi ciudad (Vuelta en Castillo, en Pamplona). En mi ensoñación, me acercaba y les decía con la más falsa de mis ingenuidades: “¿Vivís juntitos? ¡Qué bonitooo!”.Ahora me cabreo menos. Esto es de ayer. Entro a mi entidad bancaria, un joven que está tratando de administrar el lío de largas esperas, me atiende. Mi empatía me está traicionando: me está pasando su estrés. Trato de rescatarnos: “Vamos a calmarnos y disfrutar este momento de nuestro día. Si sigue así, lo habremos sufrido, y para nada disfrutado”. Parece que lo encaja bien. Siguente problema: es tocón. Su dedo se me lanza repetidamente con intención de hacer diana. Tras esquivar varios de sus lances, logra tocar la pantalla de mi móvil para indicarme la flechita que ¡yo! debo tocar. Alargo la mano a por el gel mientras le digo: ¡No toquees! “Ya notaba yo...”, responde. Entre ambas fechas me era urgente entender a los jóvenes que no siguen las consignas. Y a los no tan jóvenes que se creen jóvenes. También a los que sabiéndose mayores, no cumplen con las consignas. Nos jugamos mucho en entender esto.Comparto a continuación mis conjeturas, esperando que se amplíen, corrijan y difundan. El cabreo, el desprecio y la descalificación, no llevan a ninguna parte. Si, a una: empeorar el problema.Podéis creerme: tuve una época en mi vida en la que era inmortal. Como esos superhéroes en sus mil versiones. Coincide que era joven. Sabía de la muerte, pero era algo lejano que solo le ocurre a otros. Hace falta un click interior para saber que la muerte es algo tan natural como el respirar de cada momento. Cuando se “siente” eso, la vida se puede experimentar como un raro y maravilloso privilegio. Los jóvenes aman los deportes de riesgo, las conductas de riesgo. ¿Los aman porque se sienten inmortales? Hay otra lectura mas elaborada: que los practiquen para, sabiéndose mortales, negar que lo son y demostrarse inmortales, negando las evidencias que les rodean. ¿Estarán los jóvenes, estaréis disfrutando de un deporte de riesgo con el coronavirus? El virus pudiera estar reforzando en vosotros la fantasía de inmortalidad: os ataca menos. Añadamos otro condimento a la salsa: os encanta rebelaros contra las normas. ir contra la autoridad, demostrar que no dependéis de ésta, que sois independientes. Mi parte joven puede empatizar, puede sentir esos placeres secretos, cuando os veo vuestras transgresiones en los vídeos.Los que tenemos menos tiempo para disfrutar en el planeta, sabemos de lo valioso que es cada día. Por favor cuidarnos y cuidaros, cuidándonos. Y cierro abriendo pregunta: ¿Cómo se cocininaría en el futuro adulto de la actual juventud, el no haber cuidado? Una “escena temida” me persigue: un hijo que, si querer ni haber, lleva el virus a su madre nonagenaria. Espero no encontrarméla.