Todavía hay días hermosos que vienen a visitarme y yo les doy de comer como a los gorriones y a otras aves, sentándome en una butaca del balcón, frente a las acacias de Constantinopla que siguen creciendo con su fronda florecida. Sobre las copas de los árboles contemplo un hermoso palacio y la iglesia que con su cimborrio sobresale cambiando de colores según el sol se mueve, anunciando la esperanza pese a la cruz con la que coronada queda su cúpula más alta. Disfruto trabajando mientras contemplo la calle que se puebla en esta zona de la gran urbe que parece un pueblo pequeño. Habito junto al barrio de las Letras y al fondo veo uno de mis más visitados museos. Es un privilegio que me otorga el espacio y el tiempo, la sociedad, que puedo emplear en leer y escribir, en trabajar casi mejor que en el despacho. El teletrabajo obligado por el general confinamiento ante la plaga vírica me ha permitido disfrutar más de mi casa, leyendo al sol. No todos tienen una vivienda grata y, de hecho, a muchos les está motivando para trasladarse de la ciudad a los pueblos y trabajar en lugares más ventajosos, a distancia, y con mejores condiciones de vida, casas más grandes, más económicas, ambientes más amables para las relaciones humanas, naturaleza€ El teletrabajo por fin se está instalando en muchos hogares para darnos nuevas libertades y volver a poblar las lejanas y pequeñas poblaciones mientras se abarrotan, infames, las ciudades. Se evita el derroche energético de transportes innecesarios, el tiempo perdido en los desplazamientos, el riesgo de accidentes de tráfico, la congestión de las vías de acceso en las grandes urbes€ Si faltan las relaciones humanas con los compañeros de modo directo, comienzan las relaciones con vecinos y amigos en el entorno de las pequeñas poblaciones. Quien es búho tal vez pueda trabajar por la noche, quien es madrugador con el amanecer. Muchas ventajas renacen. Sin embargo, no todo es hermoso, hay abusos y quienes trabajan de modo incesante, sin descansos. Contestan correos mientras comen, o a la madrugada y por la noche, el domingo o en cualquier hora, pues el ciberespacio todo lo invade. Cierto que también hay vagos que se escudan en la pantalla para no responder a sus obligaciones. Ahí nace la necesidad del gobierno para regular estas labores. Esperemos que no haya, como en tantas pretensiones filocomunistas, un exceso de regulación y de burocracia o de trámites administrativos que haga inviable este tipo y modo de labores. A menudo, el afán de controlarlo todo ahoga no solo la libertad sino los negocios y a sus agentes, a los que no compensa navegar entre marañas de normas o leyes. Nadie me controla mientras esto escribo mirando los cielos ahora límpidos. Los resultados por mí hablan.