La contemplación de un paisaje nos provoca estados de ánimo de forma inmediata. Todos tenemos la experiencia de bienestar al observar un paisaje verde, boscoso, al aspirar el aroma de los pinos en la montaña o al escuchar el agua discurrir por los arroyos en primavera. Por contra, la contemplación de un paisaje degradado, desértico y sin vegetación nos provoca sentimientos de desesperanza e inquietud. Esta inclinación natural por lo verde (biofilia) se explica por los lazos emocionales desarrollados con la naturaleza por la especie humana a lo largo de miles de años de evolución. Lo verde es sinónimo de vida, de supervivencia. En la ladera norte y sur del Perdón se van a proyectar varios parques fotovoltaicos que inundarán de placas solares cientos de hectáreas de territorio agrícola, engullendo en un inmenso océano de cristal a los pequeños y bucólicos pueblos de ambos lados de la sierra. Basta con un vistazo desde lo alto del Perdón para hacerse una idea de la aberración paisajística que se nos avecina. Nuestro mosaico tan característico que intercala macizos vegetales de encinas y carrascas con extensos terrenos de cereal de alto rendimiento desaparecerá de nuestra vista. Un territorio que además es rico en agua por estar surcado por los río Arga y Robo y múltiples arroyos o regachos, como decimos por aquí. A las puertas de un confinamiento inminente, ¿nos podemos permitir el lujo de prescindir de estas extensiones de cereal, base de nuestra alimentación? ¿Estamos siendo respetuosos con el pedacito de Tierra que se nos entregó? ¿Estamos siendo responsables con las generaciones futuras que nos sucederán? ¿Cómo afectará a nuestra salud (aquí y ahora) la degradación del medio natural en el que vivimos? Quizás padezcamos de solastalgia (malestar o angustia por un paisaje degradado) o trastorno por déficit de naturaleza, términos acuñados en este milenio por la ciencia ante nuevos escenarios como el que describimos. Queremos seguir disfrutando de nuestro paisaje, otear el verde en nuestro horizonte. ¡Qué mejor espacio de juegos para nuestros hijos que nuestros campos! ¡qué mejor gimnasio para nuestros mayores que nuestros caminos!, ¡qué mejor piscina en verano que nuestras fuentes! Nuestra identidad paisajística está amenazada y con ella nuestra salud . Nuestra salud también está en juego. Salvemos el Perdón y sus gentes.

El autor es Médico especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología (Complejo Hospitalario de Navarra)