Soy hijo de una residente y me permito escribir en su nombre estas líneas para reflejar lo que siente y lo que también sentimos muchos familiares.Tengo ochenta y tantos años y vivo en una residencia de mayores. Mi precario estado de salud, pérdida de movilidad y necesidad de constantes cuidados hizo que viniera aquí a vivir.El cambio de mi forma de vida resultó duro, pero el paso del tiempo, la compañía constante de los míos y el cuidado de los profesionales de la residencia hicieron que mi nueva casa la sintiese como propia.Pero ha llegado esta pandemia y las cosas se han puesto difíciles. Los mayores hemos sido atacados con crueldad por este maldito bicho€ y también por la soledad. Algunos ya no están pero los que seguimos queremos vivir y sentir. Queremos sentir la compañía de los nuestros, los necesitamos.Sabemos que las cosas han cambiado y que volver a la situación anterior no es posible, pero la clausura de "nuestras casas" y la supresión total de visitas nos hacen tanto daño como el virus.No puede ser que desde un despacho se decida el cierre total por tiempo indefinido, no tenemos ese tiempo, detrás o delante de cada número de residente hay una persona con sus derechos, que precisamente por ser vulnerables tienen que ser siempre tenidos en cuenta.No somos los únicos que sufrimos esta maldita pandemia, pero nosotros no podemos sacar una pancarta, no podemos expresar nuestra queja. También en eso estamos en desventaja.Pido a los responsables institucionales que reflexionen y tomen medidas, que expriman su imaginación, que regulen las visitas, que empleen todos los medios que tengan a su alcance, pero que nos dejen ver a nuestros familiares, de manera limitada con todas las precauciones, pero que abran un poquito las puertas, queremos vivir con la alegría de sentir a los nuestros cerca. No podemos ni queremos renunciar, por lo menos, a su mirada.