Es domingo 25 de octubre de 2020. Estoy trabajando como enfermera en un servicio de Oncología del HdN. En la habitación de María (nombre ficticio) escucho en la TV que se ha decretado el Estado de Alarma y su marido me comenta que quieren alargarlo hasta mayo. Cruzo mi mirada con María y no puedo evitar pensar que ella está angustiada porque no sabe si vivirá hasta final de año. Su enfermedad avanza, ella cada día se encuentra más decaída y nota cómo su masa tumoral aumenta de tamaño mientras le genera nuevos síntomas difíciles de controlar. Los días pasan lentos en el hospital y lo único que escucha es que las cosas no van bien a pesar de los tratamientos y nuestro empeño. Su sufrimiento está siendo en vano. Al salir de la habitación pienso en mi vida, en que a día de hoy estoy viva. Mi marido y yo continuamos trabajando y mi vida sigue con cierta normalidad (hago la compra, saco a la perra, mis hijos van al cole...) a pesar de que asumo que no puedo quedar con mis amigos en una temporada y que probablemente no pueda cogerme vacaciones en Navidad. Continuamente oigo a mi alrededor quejas sobre la gestión de la pandemia, algunas fundamentadas pero otras cargadas de un negativismo que lo único que hace es enturbiar el ambiente. Creo que a veces no somos conscientes de a qué se está enfrentando la humanidad, a una enfermedad que pone a prueba nuestros recursos y nuestra añorada forma de vida, algo histórico. Mi abuela de 93 años me confirma que no ha vivido nada parecido ("hasta en la guerra estábamos tranquilos en la calle, solo nos escondíamos cuando bombardeaban"). Por todo esto pienso que, además de criticar a los políticos y gestores, que es nuestro derecho, debemos hacer examen de conciencia y preguntarnos ¿De verdad yo estoy haciendo lo que debo hacer? Hay muchas personas que están sufriendo, los enfermos de covid, los pacientes con otras patologías que viven una enfermedad en soledad, los familiares de fallecidos que no se pueden despedir en condiciones dignas, los profesionales de la hostelería... Y lo que sé es que yo soy responsable únicamente de mis actos. ¿Qué está en mi mano para aliviar esta situación? Tengo que decir que, a día de hoy, como enfermera en el CHN, creo que se están poniendo los recursos disponibles a mi alcance, que mi jefa se ha empeñado en que ningún turno se quede descubierto intentando facilitarnos a todo el personal las vacaciones cuando las hemos querido disfrutar y que confío en que la mayoría de las personas intentan hacer bien su trabajo, incluidos servicios de prevención, economistas y políticos, todos trabajando por la sostenibilidad de nuestro sistema amenazado. Tengo claro el papel que me toca desempeñar ahora en la sociedad, el de ciudadana y enfermera, no el de epidemióloga ni jueza, y prefiero hacerlo con cierta energía positiva que no mejorará la epidemia, pero facilita la vida a los que me rodean.¿Las cosas se podrían hacer mejor? Seguro que sí, pero seguro también que es responsabilidad de todos.