Comienzan a llegarnos noticias de los confinamientos domiciliarios en Europa; sin duda, la medida más eficaz para reducir la transmisión del virus, con sus consecuentes efectos nocivos en la economía.Nociva es también la política que se practica en este país. Poco tardarán aquellos detractores de las restricciones y del Estado de Alarma (los defensores de la libertad) en atribuir las muertes de estos próximos meses al Gobierno. No son conscientes de la ironía: criticarán al Gobierno central olvidando que los encargados (y absolutos responsables) del aumento de casos en cada comunidad eran los gobiernos autonómicos (¿se han olvidado del "lo asumo y lo asumiré" de Ayuso?), de cualquier color y bando.A aquellos que defendíamos restricciones en agosto se nos llamaba locos. Ahora temen un confinamiento domiciliario inevitable. Era evitable pero, si se hubieran aplicado medidas en agosto o en septiembre, se habría vuelto a hacer referencia a un gobierno dictatorial. Ahora, sin embargo, paradójicamente, ese Gobierno se volverá a convertir en asesino.La buena gestión era posible, pero se vio manchada por un Gobierno central que pensó que lo peor ya había pasado y se eximió de sus responsabilidades (desde mi punto de vista, controles de entrada, coordinación entre comunidades y la redacción de un plan de restricciones común habrían ayudado mucho), y una oposición que se dedicó a criticar cualquier acción que no fuera de su bando.Señores detractores de las restricciones que luego lloran por la economía: las restricciones suaves tienen efecto cuando la transmisión del virus todavía se puede controlar. La próxima vez aplaudan que su Gobierno (del color y nivel que sean) les restrinja ciertas libertades cuando la incidencia solamente sube ligeramente, o callen cuando la economía ya es insalvable.Soy de esos pocos optimistas que creen que las cosas pueden funcionar mejor. Cambiemos la política: que la concordia y el acuerdo ganen siempre al populismo y la toxicidad.