spaña, el Estado español, como se quiera decir, esa potencia mundial en servicios de hostelería y prostitución. Lo volvían a decir hace poco por la prensa digital. Cualquiera sabe a estas alturas que éste es un país de camareros. La superabundancia de bares no tiene parangón con respecto a otros países. Ya desde las crisis industriales de los años 80, por no ir más atrás, algunos de aquellos hombres, mayormente, que perdían el puesto de trabajo, montaban con la indemnización del despido un bar o un videoclub. A estos últimos se los llevó el avance tecnológico. Curiosamente, estos puestos de trabajo se perdieron anónimamente, por la puerta de atrás, tal y como viene ocurriendo con tantos oficios y ocupaciones que, por una cosa u otra, desaparecen arrollados por la modernidad. Véase también cómo el pequeño comercio de esta ciudad viene perdiendo cientos de puestos de trabajo gracias a la alfombra roja que los sucesivos gobiernos municipales, principalmente los de UPN, colocaban para que las grandes cadenas de distribución instalasen sus centros en una cantidad exagerada. Un holocausto comercial que apenas ha despertado la décima parte de simpatía e interés que el que parece ser despierta la hostelería. Se diría que a estos últimos les debemos algo.

Yendo al asunto que me trae por aquí, durante los años 90 el vecindario del Casco Viejo perdió la inocencia en lo que a una convivencia razonable entre el discurrir de la vida cotidiana de sus gentes y la explotación de unos negocios, unos bares, muchos de los cuales se pasaban la legalidad por el forro, mientras el liberalismo de UPN miraba para otro lado. Quién no recuerda esas magníficas veladas, de jueves a domingo, entre orines en los portales anexos, gritos juveniles y una atronadora música de Schubert o algún otro compositor traspasaba alegremente las mugas abiertas de par en par€

Entretanto, el silencio cómplice del Consistorio y de la Asociación de Hostelería, esa misma asociación que ahora pelea por conseguir especiales prebendas para sus asociados en forma de terrazas supuestamente provisionales para aquellos locales que no disponen de ello. La crisis del covid no es, en mi opinión, el único mal que afecta a este colectivo. Desde hace unos años, se puede ver cómo muchos establecimientos de hostelería, algunos emblemáticos, pasan a manos de gente de origen chino, principalmente. ¿Por qué ocurre esto?

Supongo que por muchos motivos, entre otros, la creciente dificultad de obtener un rendimiento económico razonable en relación al tiempo y responsabilidades debidas, algo que sólo la gente de allí, con un espíritu de trabajo mucho más sacrificado que el nuestro, puede llevar a cabo. Quiero decir con estos ejemplos que la inflación entre oferta y demanda, junto al covid y la consiguiente segunda crisis económica de estos últimos veinte años, probablemente reajuste un sector que ha vivido unos años dorados a costa del descanso de mucha gente. Y este reajuste se debiera aceptar de manera tan natural como se hace con otros oficios.

Me gustan los bares, no todos claro, los necesito en cierta medida. A algunos de sus dueños y propietarias conozco y sé que son buena gente, les deseo lo mejor, la verdad. Pero no a costa de cualquier remedio, y en ese sentido, el anuncio de colocar terrazas en lugares como la plaza de San José, me parece una barbaridad. Primeramente porque desconfío no se queden para siempre dada la habitual política municipal. También porque ya hemos aceptado otros horrores como en el paseo de Sarasate, donde el espacio público, no olviden que la calle es nuestra, pasa a ser de explotación privada y con una estética más que discutible además. Aún pensando que pagan impuestos por ello, la mera presencia de esas carpas, donde se puede fumar en unos tiempos cómo estos, y en tanto actividades deportivas sufren cierres o prohibiciones... En fin, a ver si se pasa todo esto.