recuentemente, identificamos el catolicismo como conservadurismo reaccionario por el nefasto apoyo de la Iglesia española a la sublevación de 1936 y por el oneroso papel que desempeñó en el franquismo, por el que en el año 1971 tuvo que pedir perdón. Con base en el principio de legalidad, la Iglesia suele acomodarse con el sistema establecido y se ha distinguido por una dudosa colaboración con los poderes oligárquicos. Con todo, en diferentes momentos de la historia, ha concebido la necesidad de rebelarse ante un sistema marcadamente injusto. Esta actitud crítica con el poder establecido se denomina como profetismo. Existe una larga lista de personalidades religiosas que se han enfrentado a los poderes fácticos de regímenes opresores. Verbigracia, Monseñor Ellacuría y los demás jesuitas asesinados en El Salvador por desafiar y denunciar las tropelías de una dictadura de extrema derecha, lo mismo que la Iglesia polaca actuó frente a la dictadura comunista.

Monseñor Múgica, obispo de Vitoria, se tuvo que exiliar al no aprobar el golpe de Estado de 1936, lo mismo que el cardenal Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona, mientras que Olaetxea, obispo de Pamplona, exclamaba: ¡Basta ya de sangre! y muchos curas en Navarra eran ajusticiados por protestar contra la matanza promovida por el general Mola. El propio cardenal Segura, que en 1931 había clamado contra el laicismo de la II República, se negó a recibir a Franco bajo palio en 1940 en la catedral de Sevilla. En el tardofranquismo la Iglesia rectificó su colaboracionismo con el franquismo y protestó enérgicamente contra la conculcación de los derechos humanos. En el libro ¿Política o profecía? El profetismo de la Iglesia navarra en los años 70, del sacerdote y escritor Jesús Equiza, editado en 1983, se descubre una Iglesia navarra muy comprometida con la defensa de la democracia, de los derechos sociales, de los trabajadores y de los sectores más vulnerables. Muchos sacerdotes navarros fueron sancionados, detenidos, maltratados y encarcelados por las autoridades por el contenido contestatario de sus homilías y recibieron el apoyo del Arzobispado. Por su parte, la Iglesia pidió en 1975 al dictador Franco que no ejecutara a los tres militantes del FRAC y los dos de ETA condenados a la pena capital y posteriormente denunció públicamente que no se hubiesen atendido sus ruegos, así como el estado de excepción decretado en Euskadi y el agravamiento de la conculcación de los derechos básicos. Cuando la Policía asesinó a cinco obreros reunidos en asamblea en la parroquia de San Francisco de Asís (Vitoria/Gasteiz, 1976), la Iglesia vasca protestó enérgicamente contra esa tropelía infame. Poco después los curas navarros condenaron el asesinato de dos carlistas en Montejurra a manos de secuaces de la extrema derecha y exigieron la depuración de responsabilidades a las autoridades conniventes, lo mismo que en 1977 por la muerte violenta en una manifestación no autorizada del militante de CCOO José Luis Cano, o en los Sanfermines de 1978 por la del militante del LKI Germán Rodríguez, o en 1979 por la de la ecologista Gladys Del Stal en Tudela. Asimismo, la Iglesia se erigió en uno de los agentes que reclamaron la amnistía de 1977, concebida en su origen para los presos políticos y para quienes lucharon contra la dictadura. Mientras tanto, en los pueblos de la Ribera navarra, se oficiaron misas en honor de los republicanos asesinados y se reclamó la exhumación de sus restos. Por supuesto esa condena era extensiva a todas las violencias políticas que marcaron la época. El espíritu profético que alumbró a la Iglesia en el tardofranquismo y la Transición trabajó de forma notable por la democracia, la justicia y la paz. Simultáneamente, surgió un anticlericalismo de extrema derecha que continúa en algunos mensajes de partidos como Vox cuando, por ejemplo, utilizan despectivamente el término vaticanista.

El autor es escritor