La gente está harta de un estado represivo, donde siempre pierde la partida el mismo. Ya no vale la queja, no vale decir que la memoria ni olvida ni perdona. Ya no vale decir basta, las palabras no solo se las lleva el viento, hemos aprendido que las palabras quedan sepultadas bajo los muros de las prisiones. Ya no vale cantar, ya no vale escribir, ya no vale nada cuando no puedes salir a la calle decidido a deshacer el nudo que ahoga tu libertad. Nada vale cuando el debate es la contundencia de las manifestaciones. Si no nos dejan expresar, ellos son los culpables. No se puede jugar sucio y ganar la partida. ¿Quién recibe la agresión? La fachada falsa de una sociedad inventada, o las personas acorraladas y apaleadas en un callejón sin salida. Que un chico salga con el anhelo de deshacer el nudo que nos oprime, y acabe reventado por los robocops, títeres de quienes esparcen la semilla del odio sobre una tierra que quiere ser libre, deja claro qué está pasando en la calle y quien está recibiendo la agresión. No me duele el container quemado, me duele ver la cara de Nil, y los ojos reventados.