Sin duda las terrazas de los bares como fenómeno social y omnipresente en la ciudad han venido para quedarse. Bienvenidas, y que la ubicación y el disfrute de las mismas sean respetando los espacios urbanos como la plaza de San José y, por supuesto, permitiendo la actividad y el descanso del vecindario. Como un fenómeno nuevo, requiere un periodo de adaptación y ajuste para que los clientes aprendamos a respetar el orden de llegada para sentarnos, a tener paciencia mientras nos toman la comanda y, si procede, para colaborar en la retirada de vasos y platos hasta la barra. Ahora bien, también quienes están detrás de la barra tienen que aprender, y los/as menos tendrán que esmerarse bastante, como es el caso de un pequeño establecimiento hostelero del Ensanche de Pamplona.En otras ciudades, frente a la picaresca de quien con una consumición pretende pasar toda la tarde, hay quien ha pensado en colocar relojes en las mesas de las terrazas para limitar la duración de la estancia, como cuando se reserva el uso de una instalación deportiva. Si se implanta ésta o una medida similar, incluso si la permanencia en la terraza incluyera un gasto extra, porque sabremos a qué atenernos.Hasta entonces, y vuelvo al pequeño establecimiento hostelero del Ensanche de Pamplona y a la persona que lo atiende, aprenda a distinguir lo que es y no es una picaresca, lo que para una persona anciana, cliente habitual, supone una terraza a la sombra un día soleado de bochorno, todo ello mientras intenta ser amable, con la empatía que se le presupone a quienes se dedican a la hostelería, en el que la atención al cliente es el elemento vital de su negocio.